La Cumbre de Caracas
Una vez mas se evidenció en Caracas, Venezuela, que la mayoría de los dirigentes políticos del hemisferio no se sienten comprometidos a construir un destino común en el que la libertad y la democracia sea un bien compartido por todos los ciudadanos del continente.
Cierto que la primera obligación de un gobernante es defender los intereses del país que representa, pero a partir del momento en que un dirigente acepta compartir un foro con proyecciones integracionista, establece un compromiso, al menos moral, de trabajar y asistir a quienes no disfrutan plenamente de sus derechos.
En Caracas, se reiteró la doble moral y el oportunismo mostrado por la generalidad de los mandatarios legítimamente electo del hemisferio. Aceptaron de anfitrión a un déspota que ha establecido en su país una dictadura institucional, y como co-anfitrión a un gobernante que desprecia a todos lo que no piensan como él.
Hugo Chávez y Rafael Correa, presidentes de Venezuela y Ecuador respectivamente, fueron los principales gestores de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, Celac, porque ambos están convencidos que la flamante organización les va a ser muy útil en sus proyectos hegemónicos.
Los dos comparten la certeza que aunque la Organización de Estados Americanos está en un franco proceso de deterioro, esa entidad no es útil a sus intereses, porque su estructura, y en particular el Comité Jurídico Interamericano y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, son intransigentes defensores de los derechos que ellos como gobernantes conculcan.
A la Cumbre de Caracas asistieron 33 gobiernos de la región, un hecho importante si tenemos en cuenta que las reuniones de las Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y Gobierno son cada vez menos representativas, en lo que atañe a la presencia de jefes de Estado.
El Celac, más allá de los resultados que logre en el futuro, fue un éxito, porque conectó políticamente a personas tan disímiles en ideología y proyectos como Raúl Castro y el mandatario chileno Sebastián Piñera, quien en un gesto de continuidad política y asociación, que va muchos más allá de lo políticamente correcto, entregará el próximo año la presidencia de la organización al dictador cubano.
El mismo Piñera, que ha criticado la dictadura isleña en diversas ocasiones, aceptó a un dictador como relevo. La actitud del mandatario chileno, como la de otros jefes de Estado, es una vergonzosa falta de consecuencia en el respeto a los valores que dicen defender.
Los gobernantes latinoamericanos siguen actuando en contra de sus propios intereses y de los países que representan. Convienen alianzas sin entrar a considerar que están negociando con individuos que odian el sistema que ellos encarnan, y que en consecuencia, en el momento que les sea oportuno, actuarán en contra de los que circunstancialmente fueron sus aliados.
Un ejemplo de oportunismo y doble moral es el de José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, que mientras el mandatario venezolano afirmaba que esa organización era una institución estropeada e inservible y que el Celac la sustituiría como la corporación más importante de la región, Insulza daba la bienvenida a la entidad y decía confiar que enriquecería el dialogo a nivel interamericano.
Otro aspecto a destacar es que Chávez dijo que estaba pendiente la fórmula para la toma de decisiones, una advertencia de que el organismo puede acordar formas de votación en la que el disenso no exista y las decisiones sean de obligatorio acatamiento. Una condición muy favorable al mandatario venezolano, que cuenta con recursos suficientes para doblegar los principios de gobernantes que compran el presente empeñando el futuro.
Al igual que en la XX Cumbre de Río en Santo Domingo del 2008, en el encuentro de Caracas se demostró la falta de solidaridad hemisférica en lo que respecta a la defensa de los valores democráticos y el oportunismo en la conducta de los mandatarios de la mayoría de los países del continente.
Cuando Rafael Correa atacó a los medios de comunicación privados y propuso una regulación regional para los medios de información, ninguno de sus pares salió en defensa de una libertad de expresión plena y sin ataduras. Peor aún, los mandatarios de Panamá y Honduras, Ricardo Martinelli y Porfirio Lobo respectivamente, criticaron a los medios y se quejaron de estos.
La solidaridad y la convicción de un destino común de libertad y democracia entre los pueblo del hemisferio es un cuento de caminos que se confirma cada vez que gobernantes electos democráticamente se pliegan a la voluntad de caudillos que solo aspiran a perpetuarse en el poder, mientras ganan tiempo para imponer en otros países modelos de gobiernos similares a los suyos y así construir una cadena de la que no podamos escapar.
El autor es periodista de Radio Martí.
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