La lección de Zapatero
José Luis Rodríguez Zapatero fue un hombre al que lo acompañó la buena suerte por un buen tiempo, pero no la supo aprovechar. Deja la presidencia de España tras dos periodos de gobierno en los que, sin restarle méritos por algunos logros particularmente en materia de derechos de la mujer y de los homosexuales, redondeó un fenomenal papelón, tal cual lo dictaminó el resultado de las últimas elecciones.
En el paquete que entrega a su sucesor, Mariano Rajoy, destacan una cifra y una palabra. El número, 5 millones de desocupados, la palabra: crisis. Una palabra que tres años atrás, Zapatero se negaba a reconocer y a pronunciar. La había borrado del idioma español. No es que él sea el responsable de la crisis internacional a la que no escapa ningún país desarrollado; su problema fue ignorarla y su pecado, la soberbia.
El poder les embarulla la cabeza a los hombres, y salvo excepciones, les hace mucho mal y muchos más a aquellos que están bajo su mando o conducción.
Zapatero no era de primera división. Tuvo la suerte de estar en el lugar indicado en el momento justo. Ni soñaban los socialistas con ganarle al Partido Popular en el 2004 lo que justificaba no desgastar a sus mejores hombres en la primera línea. Un criminal atentado terrorista y la arrogancia del entonces presidente Aznar y su pretensión de engañar a los españoles le dieron el impensado triunfo a Zapatero.
Fue su primer golpe de suerte, al que le siguió una bonanza la que aparentemente Zapatero asumió que era consecuencia de su hacer. No percibió que era un poco regalada o subsidiada y también debida a los efectos de algunas engañosas burbujas que le endulzaron la vida a la gente. Creyó que era su obra. A partir de ahí cometió errores e hizo tonterías y varios desplantes. Desconoció a la vieja guardia de su partido (PSOE), se mantuvo sentado al paso de la bandera de EEUU, se dio el lujo de apoyar dictaduras en América y Africa –algunas caratuladas de “progresistas” y otras ni eso– y pretendió ser el artífice de “una alianza de civilizaciones” a la que su militante posición antiisraelí le quitaba credibilidad desde la partida.
Fue flojo en conceder todo aquello que le generaba popularidad y aplauso. Eran tantos los que aplaudían y festejaban los logros de Zapatero y el socialismo –la mayoría de los cuales hoy le critican, se apartan de él con total descaro y con igual actitud se abrazan (?) al socialismo, ahora versión opositora– que seguramente no le dejaron percibir lo que se venía. Quizás nunca se hubiera dado cuenta y eso fue lo que lo llevó a rechazar, con arrogancia por supuesto, algunas soluciones (caso de una reforma laboral) que podrían haber aliviado el golpe. Pobre Zapatero, él que era vivado por los sindicatos y a la vez querido de los empresarios, de los de adentro y de los que hacían negocios afuera, y “amigo amigo” del banquero número uno de todos los unos de la banca, hoy se va bastante mal querido y con una sensación general de que está muy bien ido.
Sería bueno que de este lado del océano pusieran atención en el caso Zapatero. Un gobernante que llegó al poder un poco de rebote y fue favorecido por una bonanza que le vino de arriba –de la que se creyó el artífice– y la que no supo capitalizar como debió, con prudencia, con firmeza para no caer en la demagogia populista y, sobre todo, con humildad.
Todo pasa y poco queda. Lo de Zapatero en definitiva no deja de ser una buena lección para muchos “afortunados de la hora” de la región que también se la creen y se reúnen para festejarse entre ellos y autoproclamarse los nuevos magos de la economía universal. Ojalá tomen nota.
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