Régimen K: En la victoria, ¿magnanimidad o ajuste de cuentas?
Winston Churchill encabezó sus Memorias de la Segunda Guerra Mundial con un prólogo en el que resumió "las enseñanzas morales de esta obra". Ellas son cuatro: "En la guerra, determinación ; en la derrota, desafío ; en la victoria, magnanimidad ; en la paz, buena voluntad" . Estos cuatro principios le vinieron a Churchill de la experiencia que había recogido en las dos guerras mundiales del siglo XX. El tercero de estos principios, la "magnanimidad" o "grandeza de alma" -magna anima -, expresa a su vez el aprendizaje que habían adquirido los vencedores de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), las potencias anglosajonas de ambos lados del Atlántico, gracias al error garrafal que cometieron ellas mismas a fines de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) cuando, en lugar de acoger generosamente a la vencida Alemania en el seno de las naciones libres, la "apretaron" con indemnizaciones imposibles de pagar. El resultado de esta insoportable humillación fue la emergencia de Adolf Hitler, que retribuiría la insensatez de la primera posguerra de los aliados anglosajones con su propia insensatez, que desencadenó la Segunda Guerra Mundial.
Es que a partir de 1919 los aliados no ejercieron la "magnanimidad", sino el revanchismo de un ajuste de cuentas, lo que empujó a Alemania a la hiperinflación de 1923, de la cual surgiría Adolf Hitler. Por eso, en 1945, los aliados, aplicando la lección duramente aprendida de la magnanimidad, levantaron a Alemania con el Plan Marshall en vez de hundirla y la convirtieron en uno de los pilares de Occidente. Al encabezar sus Memorias… con la lección de la magnanimidad que implicaba el abandono del revanchismo, lo que hizo entonces Churchill fue poner en blanco y negro lo que él y sus aliados habían aprendido a costa de millones de muertos.
Después de su victoria, los vencedores tienen por lo visto dos opciones: una, el ajuste de cuentas con los perdedores, la revancha que traerá con el tiempo otras revanchas, y la otra, la magnanimidad, que es la semilla de la reconciliación. El 23 de octubre, Cristina Kirchner derrotó ampliamente a sus competidores en las elecciones presidenciales. ¿Cuál es el camino que elegirá a partir de hoy? ¿La magnanimidad o el ajuste de cuentas?
Los primeros indicios
Los primeros indicios que ha suministrado la Presidenta a este respecto son inquietantes. ¿Cuáles podrán ser para ella sus principales adversarios después del 23 de octubre? No por cierto los partidos de la oposición, que "se marcaron solos". Sí, en cambio, algunos referentes que hasta ayer fueron sus aliados, como el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, y el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, además de aquellos medios independientes de comunicación que no se curvan ante sus imposiciones y hasta aquellos sectores de la clase media que, ya sin los subsidios que atrajeron sus votos, podrían escapar hacia el dólar porque le temen a la inflación.
Contra todos ellos embistió Cristina esta semana en una ofensiva multidireccional. Con la ayuda del vicegobernador Gabriel Mariotto, arremetió contra la trinchera de Scioli en Buenos Aires que ocupa su ministro de Seguridad, Ricardo Casal. Mariotto se ha convertido, más que en un vicegobernador leal, en un ariete contra las menguantes defensas de su gobernador. En cuanto a Moyano, que respondió a Cristina en su discurso de hace diez días con más vigor que Scioli, sus fuerzas se despliegan en torno del espinoso conflicto salarial aún no resuelto. Contra él, la Presidenta ya empezó a operar mediante el intento de desguazar la Uatre, el vasto sindicato rural a cargo de Gerónimo "Momo" Venegas. Pero quizá por ser el sindicalismo de la CGT y el propio Scioli antiguos aliados, la energía cristinista se concentró aún más en los medios independientes de comunicación al conseguir de un Congreso que sólo sabe decir que sí, sin debate a sus iniciativas, leyes que comprometen seriamente la provisión de papel para los medios escritos y, también, mediante la acción de un "juez amigo" ante iniciativas propuestas por el tándem de la comunicación oficialista de Daniel Vila y José Luis Manzano, que operan desde Mendoza, para debilitar y eventualmente desguazar Cablevisión.
En cuanto a los ahorristas alarmados por la inflación, el Congreso concretó la idea del diputado Carlos Kunkel de acusar de terrorismo a los ahorristas "indisciplinados" -"éstos y no los que ponen bombas", dijo Kunkel, "son los verdaderos terroristas"-, a la que se sumó la idea de Ricardo Echegaray, titular de la AFIP, de desplegar una legión de perros amaestrados para atemorizar a los viajeros.
¿Quiénes acompañan con fervor a la Presidenta en esta múltiple ofensiva? El puñado de sus aplaudidores incondicionales: los militantes de La Cámpora, los funcionarios que la rodean y, a la cabeza de todos ellos, Guillermo Moreno, ascendido a polifuncionario.
Idas y venidas
La revancha es la tentación de los vencedores. Al ver abatidos a sus vencidos, ¿no es natural que salgan a aplastarlos antes de que levanten cabeza? En el campo militar, a estas acciones se las llama "operaciones de limpieza". Pero lo que es lógico en una batalla puede no serlo en el marco más complejo de una relación "política" entre los conciudadanos. Decía Maquiavelo: "Al enemigo, hay que matarlo o asociarlo; nunca hay que dejarlo herido". Es que la victoria, cuando es categórica y reciente, comunica a los vencedores una engañosa sensación de omnipotencia. Pero si al vencido no se lo "mata", si él pese a todo perdura, lo único que queda por hacer es reconciliarse con él, "bajando" desde la posición predominante que ha creado la victoria.
Esta es la lección que los aliados ignoraron en 1919 para aprenderla, al fin, en 1945. Llevado por la euforia de su reciente triunfo, ¿no podría cometer el cristinismo un error semejante al de 1919? Es verdad que hoy la Presidenta tiene sensaciones que alimentan el espejismo de la omnipotencia. Aparte de los incondicionales de La Cámpora y los aplaudidores que la rodean, Cristina puede contar también con la debilidad de los gobernadores e intendentes que dependen de su "caja", así como con el oportunismo de tantos otros pescadores de río revuelto. Pero también debería atender, como aconsejaba Maquiavelo, a la reacción tardía, pero inevitable de los "heridos" que quedarán esperando su hora. Esta "hora" no se manifestará en el corto plazo, pero los gobernantes prudentes miran más lejos.
La idea de un "ajuste de cuentas" inmediato es atractiva pero peligrosa porque toda venganza esconde una trampa diabólica. El que se venga, en efecto, golpea al vencido con una cifra que él mismo mide, digamos, en "10". Pero ocurre que el que recibe la venganza la siente con una intensidad de "20". Cuando el "vengado" se convierte a su turno en un nuevo "vengador", mide su revancha en "20", pero aquel de quien se venga la siente en "30", y así sucesivamente. El camino del ajuste sucesivo de las cuentas, multiplicándose con cada ida y venida de la agresión, puede extenderse al infinito. Para cortarlo hay sólo un remedio: la magnanimidad del vencedor. ¿Por qué se cree, si no, que un estadista como Urquiza dijo: "Ni vencedores ni vencidos" después de Caseros? Porque miraba al largo plazo.
Si Cristina atiende al largo plazo, construirá algo mejor que el placer fugaz del ajuste de cuentas. Se elevará a la singular condición de "estadista". ¿Qué le interesará, en definitiva, más? ¿El puño del poder inmediato, quizás efímero, o el pedestal de la historia? Esta pregunta sólo ella puede contestarla..
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