El Salvador: ¿Crecimiento o desarrollo?
Aún cuando a la reciente declaración firmada entre El Salvador y los Estados Unidos se la haya denominado "Asocio para el Crecimiento", hubiera sido mucho más adecuado nombrarla "Asocio para el Desarrollo". Sería, también, algo mucho más retador. Al menos si lo que se pretende es salir del subdesarrollo. Y no sólo salir del "subcrecimiento".
El objetivo de El Salvador debiera ser transformarse, en un plazo no necesariamente demasiado largo, en un país que alcance el desarrollo. Tal como lo lograron varios países pequeños en los últimos 50 años. Y no resignarse a ser apenas uno más de los que, a veces, tiene "crecimiento". Por alguna dádiva de los Estados Unidos o por algún circunstancial viento internacional.
La diferencia entre crecimiento y desarrollo no es semántica, pues crecimiento es simplemente el incremento porcentual del PIB (Consumo+Inversión+Exportaciones-Importaciones), que experimenta un país determinado entre dos años consecutivos. Y con un poco de viento a favor cualquiera crece. En muchos casos sin que la dirigencia, ni la gubernamental ni la empresarial, tenga mérito alguno.
Pero lo que es peor, más allá de la falta de méritos, es que tales crecimientos terminan siendo no sostenibles. Porque cuando deja de soplar el viento, por ejemplo el de los precios internacionales de las materias primas, esos países descubren que no generaron el desarrollo que permitiría mantener la locomotora en marcha.
Es la historia de Sudamérica. Cuyos recientes años de bonanza no son los primeros de sus 200 años de historia. Y está claro que, tal como siempre pasó, esta vez también malgastará la bonanza. Porque derrocha el producto de sus crecimientos circunstanciales en experimentos populistas. Olvidando el desarrollo. Círculo vicioso.
A El Salvador los vientos internacionales le juegan más en contra que a favor: los incrementos de ciertas exportaciones (maquilas y tradicionales), anunciados en los últimos días, ni siquiera compensan el aumento de precio de ciertos productos importados. El PIB apenas crecerá un 1.4% en el 2011.
La obsesión por el crecimiento, que es usualmente aleatorio (y consistentemente bajo…), debiera ser reemplazada por el aliento al desarrollo. Ese que propiciaría crecimientos consistentemente altos.
Claro que para lograrlo es necesario primero entender sus causas, que son muy simples. Entre ellas, que debe funcionar el Estado de Derecho, que deben establecerse reglas claras en todos los ámbitos, y que es imprescindible la existencia de un buen clima de negocios.
Además, por supuesto, es vital que el Estado cumpla con su función subsidiaria en educación y salud. Que no necesariamente tiene que ser ejecutada por el Estado, sino financiada por él.
A esto último lo rechazan tanto los fundamentalistas de izquierda como los fundamentalistas de derecha: los primeros porque son incapaces de aceptar, aunque las evidencias son abrumadoras, que el Estado es usualmente un pésimo productor de bienes y servicios. Al menos en América Latina.
En esto no digo "al menos en este planeta" porque en ciertas sociedades desarrolladas el Estado es capaz de demostrar capacidad técnica y administrativa, transparencia en la rendición de cuentas, y sujeción a la evaluación de desempeño cuando brinda bienes y servicios de manera monopólica. No es el caso de América Latina, ni lo será mientras seamos subdesarrollados. No nos engañemos.
Por su parte, los fundamentalistas de derecha lo rechazan porque son incapaces de entender que con una población sin educación ni salud no se puede lograr el desarrollo. Como todo subsidio, debe estar adecuadamente focalizado, para darle oportunidad a quien la necesite. Y ser de calidad, para que reduzca, y no amplíe las brechas sociales.
Las convicciones sobre estos temas se refuerzan cuando se escucha el rechazo simultáneo de ambos tipos de fundamentalistas. Es una clara señal de estar en lo correcto.
La declaración del Asocio para el Crecimiento menciona cuatro veces la palabra "obstáculos" en sus siete puntos. Quizás el principal obstáculo esté precisamente en su propio nombre. Porque no habla de desarrollo.
Feliz año 2012.
El autor es ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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