Romper con Calderón
Imagínate que el próximo presidente de México, tras las elecciones, en su discurso de triunfo el domingo primero de julio en la noche, dijera lo siguiente frente al monumento del Angel de la Independencia: “Yo les aseguro que en los próximos seis años tendremos al menos 50 mil muertos más y la narcoviolencia seguirá fuera de control. Gracias por su voto”.
¿Absurdo? Sin duda. Ningún candidato quiere repetir lo peor que deja el presidente que se va. Lo primero que tiene que hacer el próximo presidente de México es, precisamente, no ser otro Felipe Calderón.
No, no estoy proponiendo negociar con los narcos. Por supuesto que no. Tampoco cuestiono la valentía o la moral de Calderón al enfrentar a los carteles de las drogas. El actual presidente de México está en lo correcto al luchar contra el narcotráfico y la violencia. Pero sus resultados son espantosos. La ejecución de esa política es terrible. Está reprobado.
Es urgente que el próximo presidente sea mucho más inteligente y efectivo que Calderón en la aplicación de sus políticas contra la violencia y el narcotráfico. Inteligencia mata terquedad. Las buenas intenciones no bastan.
Las cifras lo dicen casi todo. El propio gobierno calderonista reconoce que han ocurrido al menos 47,515 asesinatos vinculados a la narcoviolencia desde que tomó posesión. Solo en los primeros 9 meses del 2011 fueron asesinadas 12,903 personas. Estos números, como sugirió un reciente artículo del diario The New York Times, pudieran estar maquillados. El diario cita fuentes que ponen el total de muertos por arriba de los 67 mil. Pero aun si las cifras fueran ciertas, la estrategia contra el narco es totalmente fracasada.
En la guerra de Felipe Calderón contra el narco –sí, es su guerra: él la lanzó unilateralmente y sin consenso– el objetivo es correcto. Pero la estrategia y la ejecución de sus políticas son un verdadero desastre. En ninguna parte del mundo he escuchado a alguien que diga: “Vamos a seguir la misma estrategia de Calderón”. Los gobiernos copian las políticas que funcionan, las que tienen éxito, no las que fracasan y cuyos resultados se cuentan en miles de muertos.
El gobierno de Calderón insiste en que la mayoría de los muertos son criminales. Pero no tiene nada con que apoyar su argumento y sus informes no son confiables. Los muertos que yo vi en el casino de Monterrey eran de inocentes. Leo lo mismo en reportes que vienen de Acapulco, Guadalajara y Veracruz, lugares que hasta hace relativamente poco eran pacíficos. Y cuerpos de civiles decapitados están empezando a aparecer en la misma ciudad de México, que parecía inmune a este tipo de violencia.
La principal debilidad de los tres candidatos panistas a la presidencia –Josefina Vázquez Mota, Santiago Creel y Ernesto Cordero– es su incapacidad de romper con Calderón. No se atreven. Le tienen miedo al enojo presidencial y a las represalias al interior de su partido. Pero si no lo hacen, uno de ellos ganará la candidatura presidencial del Partido Acción Nacional (PAN) y perderá la elección general. Los mexicanos no quieren a otro Calderón en la presidencia.
También me sorprende que los candidatos opositores –Enrique Peña Nieto del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y Andrés Manuel López Obrador del Partido de la Revolución Democrática (PRD)– han suavizado sus críticas a las fallidas políticas contra el narco de Calderón y no han propuesto nada diametralmente opuesto.
México ha pagado muy caro la negativa de Calderón de corregir rumbo. La violencia en México aumentó 11 por ciento del 2010 al 2011, los narcos controlan cada vez más partes del territorio nacional, el consumo de drogas no se ha reducido en Estados Unidos y, aun así, el presidente de México sigue tercamente con una estrategia que no ha dado resultados positivos. Cada vez que agarran a un narco importante aparecen dos o tres más.
Además de no corregir, lo que incomoda del estilo personal de gobernar de Calderón es que no fue claro y directo sobre sus planes una vez que llegara a la presidencia. “Yo voy a ser el presidente del empleo”, me dijo en una entrevista como candidato en mayo del 2006. Bueno, no fue el presidente del empleo y, en cambio, se convirtió en el presidente de los muertos.
Calderón nunca aclaró a lo que se refería con “mano firme”; nunca dijo que sacaría al ejército a la calle ni que lucharía contra los narcos con una policía corrupta e inepta. Por eso, no debemos cometer el mismo error dos veces. Como periodistas y como votantes debemos exigir a los candidatos que expliquen, claramente, cuál será su plan de gobierno. Y eso implica que digan, desde ahora, que van a romper con Calderón. No podemos darnos el lujo de otro presidente de 50 mil o 60 mil muertos.
Lo peor que le puede pasar a México es que los próximos seis años sean más de lo mismo.
- 28 de diciembre, 2009
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