La estrategia de Brasil en Cuba
El Brasil contemporáneo, considerado uno de los países emergentes por excelencia, en función de su sistema político democrático y su economía pujante –que ya desplazó al Reino Unido del sexto lugar entre las potencias económicas, y avanza a pasos agigantados para desplazar a Francia de la quinta posición– como sabemos, es una nación gigantesca, con inagotables recursos territoriales, humanos, económicos, energéticos e hídricos, reconocido como un país pacífico, que ha aceptado finalmente un liderazgo latinoamericano que antes porfiaba en rechazar.
Por todas estas razones es que Brasil ha establecido una estrategia de inserción pro-activa en el contexto internacional.
Este nuevo enfoque de la política exterior brasileña, en lo que respecta a Cuba, se inició durante el primer gobierno de Lula da Silva. Inicialmente, la base de la estrategia del gobierno brasilero de entonces fue netamente política: apoyar a Fidel Castro y su gobierno, visto desde la izquierda brasileña en el poder como una probable base de sustentación de la isla, para apoyarla en la “lucha” frente al “enemigo imperialista” basado en un pueril anti-norteamericanismo propio de naciones menos responsables.
Sin embargo, la flamante “revolución cubana” se ha depauperado de tal manera en los últimos años, que ya nadie duda dentro del gobierno brasileño del estrepitoso fracaso del castrismo y su modelo, que hasta el propio autor ha rechazado porque “no funciona”. En vista de esta realidad tangible, la diplomacia carioca ha establecido otra estrategia, esta vez de tipo comercial. Tomar posiciones dentro de la isla ahora, que la proximidad de ambos gobiernos lo permite, para una vez que se produzca “el cambio ineludible”, estar posicionados produciendo dentro de la isla lo que Brasil mejor sabe producir: productos agrícolas, como soya, frijoles y granos en general, así como azúcar de caña y etanol, este a la espera de la muerte del dictador, que como se sabe es enemigo ideológico de la conversión del azúcar en alcohol.
Esta estrategia se confirma con la primera gran inversión brasileña en Cuba: la modernización del puerto de Mariel, uno de los más cercanos (sino el más cercano) a los Estados Unidos. La lógica brasileña es la siguiente: cuando se produzca en Cuba el “gran cambio”, los EUA serán los principales socios comerciales de la isla y por el puerto (brasileño) de Mariel, será por donde se exporten los productos cubanos (y brasileños) hacia el mayor mercado comprador del mundo, sin aranceles, sobre todo en la primera etapa, donde Norteamérica se verá impelido a suprimir los impuestos naturales de importación (para ayudar la reestructuración de la isla) y así los empresarios cariocas producirán en la “plataforma” cubana, aprovechando las ventajas.
Esto significa que la visita de Dilma Rousseff a Cuba tiene un sentido estratégico, no sólo ya para la izquierda fidelista brasileña, sino también para la élite empresarial y agrícola del gigante sudamericano, que espera de esta visita el estrechamiento de los lazos con la dictadura actual para facilitar ahora sus inversiones.
Pero Rousseff enfrenta también un reto difícil: no contradecir demasiado a la oposición cubana, porque todo el esfuerzo inversionista actual pudiera venirse abajo si la gobernante brasileña no diera un “guiño” cómplice a la oposición. Este guiño será dado tomando a Yoani Sánchez como base, a la que Brasil dio la visa y la que probablemente le será permitido viajar, por intercesión presidencial a puertas cerradas.
No es mi objetivo analizar aquí si la estrategia brasileña conviene o no a la oposición política cubana, en su justa lucha por llevar la democracia para la isla. Sólo quiero poner en claro para todos algo que surge de los hechos, con vistas a que se pueda tener una visión más perspectiva de los acontecimientos por venir, para no aguardar que ellos nos sorprendan.
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