Ideas reconciliables
La lección inaugural de la Universidad Francisco Marroquín, dictada hace una semana, estuvo a cargo del filósofo argentino Gabriel Zanotti. Con su característica prudencia y claridad mental, el Dr. Zanotti esquematizó la posibilidad de que un buen cristiano sea también amigo de la filosofía liberal, y viceversa.
Su exposición siguió una estructura lógica: tras definir lo que entendemos por un buen cristiano y un buen liberal, identificó ciertos valores comunes y repasó una historia compartida. Aunque la vida de fe y la filosofía socio-política son harinas de distintos costales, y no tienen que coincidir, Gabriel respaldó la tesis de que sería ventajoso reconocer los puntos de convergencia entre una y otra, para superar antiguos malentendidos.
El Dr. Zanotti usó la metáfora de la “casa existencial” que posee cada persona como ejemplo de una coincidencia de valores. El buen creyente piensa “desde sí”, afirmó el conferenciante; aplica su razón, que reconoce limitada, para mejor comprender a Dios, su fe y su entorno, y entabla con el prójimo un diálogo cordial. El cristiano “se da a los demás”, es decir, se abre al otro. Respeta la intimidad del otro; predica sin juzgar, sin agredir ni coaccionar. En esto emula a Jesucristo, quien siendo Verdadero Dios y Verdadero Hombre, jamás obligó a alguien a seguirle. El buen liberal también tiene por inviolable esa esfera privada del individuo y rechaza la coacción. Defiende la libertad religiosa pues la relación entre el hombre y Dios es algo íntimo. De allí la constante justificación liberal de los derechos inalienables de la persona —la vida, la libertad y la propiedad—, frente a terceros y frente al Estado. La cooperación social, libre y voluntaria, incluyendo aquella que acontece en el mercado, brota de una actitud reverente hacia la casa existencial de cada miembro de la sociedad.
Por tanto, la injusticia, el racismo, la esclavitud, la tiranía y cualquier otro atropello de la persona ofenden gravemente tanto al buen cristiano como al buen liberal. Ambos comprenden que no pueden adueñarse de otras personas. Querer exterminar a una raza por considerarla inferior, someter a multitudes al empobrecedor totalitarismo y provocar hambrunas debido a malas políticas públicas, son prácticas antagónicas al ideal cristiano y liberal. Es fatalmente arrogante (y hasta ridículo) creerse superior, y querer dominar a otros, es decir, endiosarse. Sólo Dios es dueño. Se entiende entonces que quienes ejercen temporalmente el poder político son, en esencia, iguales a sus gobernados. Son personas de carne y hueso que se equivocan y aciertan, y deben a sus conciudadanos el mismo respeto de siempre.
El Dr. Zanotti no recomienda suplantar la ya habitual separación entre Estado y religión con una especie de régimen teocrático. Tampoco sostiene que la humanidad se encamine a una idílica utopía. Pero una comprensión mayor de nuestra naturaleza humana y nuestra razón, a la vez falibles y perfectibles, nos puede llevar a construir una mejor sociedad.
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