España: Demoledores y deportistas
Libre Mercado, Madrid
La diputada socialista Elena Valenciano aseguró en El País que la derecha condena al Estado del Bienestar a la "demolición". Pero lo que el Partido Popular ha dicho y ha hecho durante toda su existencia ha ido en la dirección contraria.
José María Aznar, esa supuesta fiera radical ultraliberal, no le tocó un pelo al Estado del Bienestar, y estaba muy orgulloso de que durante sus años de Gobierno la recaudación fiscal hubiese aumentado de modo de poder hacer lo propio con el gasto social y con los servicios de una Seguridad Social saneada. Durante estos últimos ocho deplorables años de la gestión de Smiley y sus secuaces el Partido Popular jamás pidió que se recortara el Welfare State. Más bien reclamó lo contrario. Cuando se votó en el Congreso de los Diputados la Ley de Dependencia, esa subida del gasto público (y por tanto de la presión fiscal) pomposamente denominada "el cuarto pilar del Estado del Bienestar", todos los diputados del PP, todos, votaron a favor con no disimulado entusiasmo. Recuperado el Gobierno en 2011, Mariano Rajoy y su pandilla se precipitaron a subir los impuestos con el objetivo explícito de proteger y preservar (¿no lo adivina usted?)…¡el Estado del Bienestar!
Entonces ¿a qué juegan los socialistas con la evidente falsedad de que la derecha quiere demolerlo? Juegan a una vieja estratagema política en busca desesperada de una identidad diferenciadora: repetir incesantemente una mentira para conseguir que se transforme en verdad. El embuste de Elena Valenciano y de tantos otros pretende que un número suficiente de votantes crea que sólo la izquierda es la defensora abnegada y generosa del Estado del Bienestar, amenazado por la pérfida y liberalizadora derecha.
Una parte de esa estratagema estriba en localizar declaraciones de los políticos de la derecha que se parezcan a un liberalismo que, en vez de significar la dignidad de las mujeres y hombres libres, puedan ser presentados como la peste del egoísmo y el caos insolidario de la ley de la selva. A esa labor se ha dedicado el filósofo Germán Cano, que en el mismo periódico encontró unas líneas de Mariano Rajoy con un aire liberal, líneas escritas hace ¡casi treinta años!
En efecto, el hoy presidente del Gobierno publicó esto en El Faro de Vigo en 1984: "al revés de lo que propugnaban Rousseau y Marx, la gran tarea del humanismo moderno es lograr que la persona sea libre por ella misma y que el Estado no la obligue a ser un plagio. Y no es bueno cultivar el odio sino el respeto al mejor, no el rebajamiento de los superiores, sino la autorrealización propia". Este pecado es tan grave que Cano se pregunta retóricamente si todo lo que ha dicho Rajoy en las décadas subsiguientes en abierto respaldo al intervencionismo predominante no será un engaño…
Nos quiere demostrar que sí, que Rajoy no es un intervencionista como son todos los políticos de todos los partidos, sino que en realidad sigue siendo el que escribió unas pocas líneas liberales en 1984. Para demostrarlo subraya que "las metáforas deportivas invaden el discurso del PP". Condena a Rajoy por hacer símiles entre política y deporte, lo que para don Germán es típicamente liberal, "un desafío apolítico de autosuperación individual", algo identificado con el mercado y por tanto, sumamente condenable.
Tengo para el señor Cano, aparte de la confirmación reiterada del antiliberalismo de Rajoy que él mismo ha hecho en las últimas décadas, otras tres malas noticias. La primera es que la imagen del deporte es por supuesto asimilable con el mercado en el sentido de que hay competencia, justicia y reglas iguales para todos, pero no lo es un punto esencial: en el deporte prima la noción del juego de suma cero, porque no todos pueden ganar al mismo tiempo. En cambio, esto sí que sucede con los contratos voluntarios en los mercados.
La segunda es que no hay nada específicamente de derechas (y mucho menos liberal) en el cultivo político del deporte. Los gobernantes lo han hecho desde los tiempos más remotos. En el último siglo es bien conocida la propensión al deporte de las autoridades fascistas y comunistas. Lo mismo ha sucedido con los gobernantes democráticos: hubo uno que llegó a autodesignarse Ministro de Deportes, cargo que simultaneó con el de Presidente del Gobierno de España.
Y la tercera mala noticia que tengo para el señor Cano es que llega tarde a esa denuncia. El 2 de marzo de 2004 hizo lo propio en el mismo diario, y por las mismas razones, Miguel Ángel Aguilar (cf. Economía de los no economistas, LID Editorial, págs. 54 y 182). La única diferencia estriba en que Aguilar hablaba de un presidente posible y Cano de uno real.
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