Señor Presidente de Guatemala
El Periódico, Guatemala
Usted no fue mi favorito. Lo fue el doctor Suger.
Pero sí para la segunda vuelta electoral, entre otros factores a su favor, su candidata a la Vicepresidencia.
¿Por qué tanta frialdad de mi parte hacia su proyecto? Porque lo considero a usted un político más dentro de lo que es “tradicional” en Guatemala, y lo que anhelo para este país es un cambio radical hacia algo mucho más provechoso: un auténtico Estado de Derecho.
Usted, supongo, busca el bien de su pueblo; pero a través de medios y legislación “inadecuados”, los tradicionales.
¿Cómo creo que se le ha filtrado tanto exceso de tradicionalismo?
Todavía parece apegado a la ilusión de que el despegue de Guatemala se logrará un día a fuerza de más gobierno. Para mí, en cambio, y para muchos analistas más modernizados, los gobiernos no son parte de la solución sino del problema.
Guatemala lo que necesita con urgencia es un “cambio” audaz en su Constitución Política, que “de veras” apunte a la eliminación “total” de privilegios para individuos y “colectivos”.
Nos urge, sí, una Constitución que entrañe el “respeto general por la ley” a partir de lo que en teoría ya suponemos vigente: “el Artículo 4o. constitucional” que estatuye que “todos somos iguales en dignidad y derechos”, conculcado, empero, inmediatamente después por ulteriores cláusulas de esa misma Constitución. Además, acaba de anunciarse con ese fatal error de óptica acerca de la importancia relativa del Estado en el desarrollo de los pueblos. Quien no ha aprendido de los errores de sus antecesores en el cargo los repite, como, por ejemplo, el de subir los impuestos, incidente nada neutro para el desarrollo sino todo lo contrario.
Si lo que pretende es incrementar los ingresos del Estado –después de la hemorragia fiscal que significó por cuatro años el gobierno de Álvaro Colom–, lo sensato es ampliar más bien “la base tributaria”, dado que cerca de un 80 por ciento de nuestro sector productivo permanece en la informalidad. No menos debería eliminar de cuajo la progresividad de los impuestos directos y, en cambio, concentrarse en extremar los índices de control sobre la “calidad del gasto” público. Es más, daría un empujón milagroso a la confianza de los inversionistas el que jurara que durante su cuatrenio no será aprobado un presupuesto deficitario más.
Lo más beneficioso, a largo plazo, es reducir nuestro “costo de tener gobierno” hasta un monto aproximado del 5 o 6 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), como sucedió con “todos” los países otrora subdesarrollados.
Esto no parecen haberlo tenido en cuenta ni usted ni su ministro de Finanzas, acordes a esa monótona tradición fallida de que las soluciones residen en más y más gobierno…Necesitamos de un cambio brusco de timón ideológico, esto es, dejar atrás 1954 y saltar de un solo golpe al 2012, hacia la lógica del mercado, la única ruta probada que nos es asequible a todos para la creación de riqueza (o de la disminución de la pobreza).
En las mentes y en los músculos de los guatemaltecos individuales, también entre los más pobres e incultos, yacen dormidas potencialidades que el peso del Estado no les permite liberar.
Usted es uno más en trabajar de buena fe, pero según tal fracasado esquema del Estado rector del progreso. Son el ingenio y la “voluntad” de superación de sus ciudadanos en lo individual lo único que nos lo hará factible.
Concéntrese, Presidente, en la protección de las personas y de sus derechos. Apoye y respete, no menos, “la independencia del Poder Judicial”, y muéstrese siempre hacia el exterior leal amigo de los pueblos que nos han sido leales.
Tampoco deje de mostrarse muy vigilante hacia los “incentivos perversos” que se le puedan colar con parejas iniciativas retrógrados del Congreso. Y entonces, al concluir su cuarto año de gobierno, le otorgaremos con mucho gusto nuestro aplauso unánime de aprobación.
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