Venezuela: 4 de febrero vs. 12 de febrero
El Universal, Caracas
Estas dos fechas son importantes para contrastar el pasado y el porvenir de Venezuela. La primera de ellas, el 4 de febrero de 1992, recuerda la intentona golpista de un grupo de militares que pretendían retrotraer a nuestra patria a una etapa salvaje, cargada de violencias y revoluciones -la mayor parte de ellas sin ninguna justificación- que desangraron y arruinaron a Venezuela en el Siglo XIX:
La "Revolución de las Reformas" (1835), "La Revolución Popular" (1846), "La Revolución Liberal Conservadora" (1853), "La Revolución de Marzo" (1858), "La Revolución Federal" (1859), "La Genuina" (1867), "La Revolución Azul", "La Revolución de Abril" (1870), "La Colinada" (1874), "La Revolución Reivindicadora" (1878), "La Revolución Legalista" (1892), "La Revolución Libertadora" (1899) y muchas otras intentonas que fracasaron y ni vale la pena mencionar.
Casi todo un siglo perdido en luchas tan grandilocuentes como vacías. ¿En qué se diferencian de "Socialismo del siglo XXI" que ahora nos proponen?
Usualmente se trató de un simple "quítate tú pa' poneme yo". Todas trataron de cubrirse con un manto de aparente legalidad, recurriendo a triquiñuelas constitucionales que no eran más que un fraude contra el pueblo. La receta es ampliamente conocida.
Cuando la ambición desmedida de aquellos tiranuelos los llevaba a tomar el poder o perpetuarse en el mismo por cualquier vía, siempre encontraron en el término "revolución" una suerte de talismán que servía a sus fines más egoístas.
Pretendieron ser herederos de la Revolución Francesa, sin darse cuenta de que aquella se gestó durante el Siglo de las Luces gracias a mentes brillantes como las de Montesquieu, Rousseau, Locke, Voltaire y otras tantas que alumbraron la "Declaración de los Derechos Humanos y del Ciudadano".
Cuando en la segunda etapa de la Revolución Francesa se impuso "el reinado del terror" -rodando más de 10.000 cabezas- la misma revolución no tardó en engullir a Robespierre y a los líderes más radicales del llamado Comité de Salvación Pública, que cayeron bajo el filo de la misma guillotina que ellos tanto habían usado para eliminar a sus contendores. Las revoluciones terminan por tragarse a sus propios líderes.
Volviendo a Venezuela, cuando creíamos que mal que bien habíamos sido capaces de retomar el camino de la institucionalidad -eligiendo a presidentes civiles y respetando la alternabilidad y la separación de poderes- retumba un madrugonazo que nos devuelve a los momentos más oscuros del siglo antepasado. Ciertamente habíamos tenido malos gobiernos, pero también los tuvimos buenos. La alternabilidad era la regla de oro. Si un presidente lo hacía mal, la sociedad podía cambiarlo en las siguientes elecciones.
El líder de aquella intentona dice ahora que no encabezaba un golpe sino una revolución. Revisemos nuestra historia y podremos constatar que esa era la misma excusa de todos los caudillos. Siempre que pudieron, esos déspotas hicieron todo lo posible para eternizarse en el poder. Casi sin excepción fueron corruptos y violentos. Con frecuencia terminaron derrocados por golpes de Estado.
Sirva el desfile militar del 4 de febrero, cargado de armas destructivas y de violencia ideológica, para conmemorar y ensalzar la historia de todos las asonadas militares que se han dado en Venezuela.
Gracias a Dios, también servirá para enaltecer por contraste, a los ojos del pueblo, un evento cargado de civismo que se celebrará pocos días después: el 12 de febrero del 2012.
En lugar de aupar el método salvaje del golpe de Estado, la oposición se ha puesto de acuerdo para realizar un ejercicio cargado de valores ciudadanos -como lo es la elección en primarias de un candidato único- para enfrentarlo a quien personaliza a todos los caudillos y el pasado golpista de nuestra historia.
Pido a los lectores comparar estos dos eventos: la exaltación de un golpe de Estado el 4 de febrero y la celebración de unas elecciones primarias el 12 de febrero. Uno nos recuerda la violencia, el otro nos ofrece la alternativa cívica. Uno sabe rancio, huele a Siglo XIX, el otro nos introduce al Siglo XXI. Uno elogia la violencia, el otro la paz. Uno luce enfermo y desgastado en tanto que el otro aparece lleno de vigor y juventud.
La decisión está en nuestra manos. Si todos vamos a votar el día de las primarias, estaremos dando un paso gigante que nos ayudará a superar los obstáculos que aún nos separan del camino de la civilización.
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