Guatemala: Mujeres y corporativismo
Se acusa al presidente Otto Pérez de ser antidemocrático por haber nombrado a la licenciada Elizabeth Cuéllar Quiroa a la Secretaría Presidencial de la Mujer (Seprem). ¿Qué tiene de militar o despótico nombrar a los profesionales que integrarán el propio equipo de trabajo?, se preguntará usted.
Pues resulta que anteriormente, ciertos grupos de mujeres elaboraban una lista de candidatas al cargo, la cual presentaban al Presidente, requiriéndole convocar a elecciones para definir el nombramiento. Fueron estas agrupaciones las que atacaron la decisión de la nueva administración.
Dejemos a un lado que la Constitución faculta al Presidente para nombrar y remover a los secretarios y subsecretarios de la Presidencia. Y que, lejos de antagonizar, la Licda. Cuéllar ofreció dar continuidad a los lineamientos existentes. Vale la pena resaltar que el procedimiento antiguo no era democrático, sino corporativista, clientelar o rentista. El cargo estaba en poder de algunos grupos de interés político, allegados a la cúpula del Gobierno. ¿Quién erigió a estas mujeres como nuestras representantes? ¿Cuántas personas realmente manejaban la Seprem? ¿En qué momento las guatemaltecas avalamos su agenda, por medios democráticos? Seguramente si hicieran una encuesta hoy, la mayoría de guatemaltecas afirmaría que dicho liderazgo no las representa. La calidad de democrático tampoco viene de asistir a conferencias mundiales en Beijing, El Cairo u otros lugares exóticos, ni de conducir mesas redondas, conferencias, protestas o manifestaciones. Tanto es así, que 23 organizaciones voluntarias que trabajan con mujeres felicitaron al Presidente por su decisión, aduciendo que ahora sí serán escuchadas. Es decir, antes fueron excluidas.
En general, los grupos de interés tienden a desarrollar misiones apegadas a la ideología e intereses de sus líderes. Éstos suelen conquistar y retener el poder gracias a su destreza política, no compitiendo en periódicas elecciones. Muchos académicos lamentan el impacto que tienen los grupos de presión sobre la democracia, porque convierten el juego político en una competencia por intereses sectarios. Grupos de diversos tamaños y presupuestos luchan por capturar la atención del gobernante, el cual querrá satisfacer un sinfín de demandas incongruentes para quedar bien con aquellos votantes que están políticamente organizados. Así, presionan continuamente para inflar el gasto público. Desvían recursos de procesos productivos hacia gastos políticos improductivos; generan pérdidas sociales. Por otra parte, el corporativismo social termina atropellando a personas individuales de carne y hueso, cuyos derechos se subordinan a los de colectivos combativos y vociferantes.
Es perfectamente legítimo asociarnos unos con otros en torno a intereses comunes. Pero sería más sano despolitizar estas agrupaciones, y además, renunciar al financiamiento estatal y al intento por imponer nuestras particulares preferencias a los demás. Deberíamos trabajar libre y voluntariamente en nuestras respectivas causas.
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