Élites fracasadas
Mencioné durante mi programa de radio (en 100.9 FM y en www.libertopolis.com) que Guatemala es un país de “élites fracasadas”, y que eso, en mi opinión, era bueno para la conformación de una verdadera República (y la mejor salida para esa masturbación que llamamos “democracia”) ya que las élites son en gran medida las culpables del subdesarrollo de la nación.
Además, la ausencia de liderazgos transformacionales en Guatemala se debe al poder y la sombra que dichas élites ponen sobre visiones nuevas, frescas, nacientes acerca de la República. Para mí, expliqué, las élites deben morir, y que sólo ese acto de valentía permitiría el nacimiento de verdaderos líderes, y la desaparición de los falsos que se mantienen “agrupaditos” es grupúsculos de interés. Las élites son conservadoras, pasivas y grupales; el liderazgo es transformador, dinámico, e inconforme con el “estado de las cosas”.
No tardaron en llegar las críticas a mi posición, las cuales iban desde “antisistema” hasta de “anarquista”, y la más curiosa “anarcocapitalista”. También, y de manera inteligente creo yo, hubo quien argumentara que las élites, queramos o no, son indispensables para la “salud social” de un país ya que desarrollan “liderazgos” que encaminan visiones hacia una consecución de objetivos y metas nacionales. No dejé de sonreírme por el acercamiento “sociológico” de dicha explicación, que si bien parece plausible, está errada y otrora compartía yo con vehemencia desde lo que ahora llamo una “sociología ingenua”.
Los ejemplos de mis críticos fueron abundantes: desde quienes en una exégesis un tanto izquierdista explicaban que sólo las elites pueden hacer, digamos, “revoluciones,” hasta los más fufurufos que explicaban cuales Tomases Kuhns que la ciencia, el conocimiento, y “los paradigmas” sólo cambian a partir de nuevos paradigmas que se imponen por élites académicas, y que ese es el proceso que avanzan los cambios sociales.
Mi argumento: “élite no es liderazgo”. O léase “las élites no generan liderazgo, sino que lo opacan”.
Fue el gran Carlos Alberto Montaner quien me abrió los ojos. De acuerdo con Montaner una élite es “uno o varios grupos que dirigen y administran los principales sectores de una sociedad; son esos que actúan en nombre de ciertos valores, actitudes, e ideologías, que, en el caso de América Latina, no favorecen el progreso. No existe un responsable individual, sino un gran número de personas que ocupan posiciones de [presunto] liderazgo en los sectores público y privado quienes son los principales responsables de perpetuar la pobreza en la región”.
El argumento central de Montaner es que el subdesarrollo de América Latina se debe a un fracaso de las élites, y que éstas a su vez son el reflejo de la sociedad en las que se desarrollan, y que para fines de argumentación el autor divide en seis grupos: “política, militar, empresarial, religiosa, intelectual, y los izquierdistas”.
En Guatemala tenemos élites fuertes, y a más fuertes más fracasada. Ah, y lo peor es que no permiten Liderazgo real porque lo ven como “competencia” a sus intereses. Curados estamos.
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