Cuba: Caja de herramientas
Un amigo me regaló hace ya varios meses este magnífico manual titulado Caja de herramientas para el control ciudadano de la corrupción. Acompañado de un CD y con numerosos ejemplos prácticos, lo he leído en busca de respuestas ante un flagelo que cada día nos golpea más.
Ahora mismo, estamos rodeados de llamados a eliminar el desvío de recursos y el robo en las empresas estatales. De ahí que me he sumergido en las páginas de este libro para aprender qué debemos hacer los individuos ante actos así. Sin sorpresa, descubro una palabra que se repite una y otra vez a lo largo de cada capítulo: transparencia. Una campaña efectiva anticorrupción debe ir aparejada de los consiguientes destapes y denuncias en los medios nacionales. A cada malversación hay que anteponerle la información; a cada desfalco, la más intensa de las críticas públicas.
Sin embargo, los llamados a eliminar el secretismo que hiciera el general presidente en la última conferencia del PCC no parecen estar encaminados a arrojar toda la luz necesaria sobre los actos de esta naturaleza. Hay una evidente selección de lo que se puede decir y lo que no se puede decir, una clara línea entre lo que se permite publicar y lo que no. No son solo cuchicheos: basta transitar por el recién reparado túnel de la calle Línea para percatarse de que una buena parte de los materiales destinados a su restauración no terminaron siendo usados en la misma. ¿Por qué la televisión no habla de TODO eso?
Se vuelve a caer en el mismo error: la verticalidad. La lucha contra la corrupción no es solo tarea de un Estado o de la contralora general de la República. Todos los ciudadanos debemos implicarnos, con la certeza de que cualquiera puede ser señalado por meter las manos en las arcas nacionales. Si sigue primando la impresión de que hay “intocables”, ladrones que no pueden ser juzgados por aquello de su historial político o su tendencia ideológica, entonces no podremos avanzar. El día en que vea a uno de estos insumergibles criticado en la tele por desviar mercancías, adulterar precios o mentir sobre cifras productivas, entonces empezaré a creer que estamos en el camino de eliminar tan extendido problema. Mientras, miro el manual que ahora tengo entre mis manos y solo me parece un listado de acciones improbables, un reservorio de ilusiones impracticables aquí.
Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.
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