Otra vuelta de tuerca de las FARC
En 1964, nacieron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia con un único objetivo: la creación de un estado marxista en Colombia. Para cumplir su misión, las FARC no han dudado en asesinar, robar, secuestrar o aliarse con otras mafias y grupos violentos. Aprovechando la prohibición global sobre las drogas duras, las han cultivado y vendido en Occidente, con la idea de que ello contribuirá a su destrucción. No han vacilado a la hora de desplazar a los colombianos que han tenido la desgracia de vivir en los terrenos que controlan, los han usado como esclavos y, como denuncia Human Rights Watch, han reclutado forzosamente a esos civiles, incluyendo menores de edad desde los 10 años.
Pero las FARC no han recorrido este siniestro camino en solitario. Han contado con aliados muy variados y tan totalitarios como ellos. La Unión Soviética o la Cuba de Fidel Castro fueron, no sólo importantes apoyos de su lucha revolucionaria, sino también su inspiración ideológica y, durante mucho tiempo, técnica y armamentística. Cuando estos apoyos desaparecieron o flaquearon, la Venezuela de Hugo Chávez, con su proyecto bolivariano y su Socialismo del Siglo XXI, ha sido un más que aceptable sustituto.
Las FARC están ya muy curtidas en el engaño. En los años 80, anunciaron un alto el fuego y crearon la Unión Patriótica, una organización que pretendía acceder al poder a través de la política. Los conflictos entre las FARC y otros grupos armados o mafiosos (algunos de los cuales tuvieron el apoyo de ciertos sectores del ejército y del Estado colombianos) llevarían a incumplir sus propios acuerdos y a un recrudecimiento de la violencia.
Durante los años que presidió el país Andrés Pastrana, las FARC apoyaron al candidato con la excusa de la negociación, e incluso su líder en ese momento, Manuel Marulanda -alias "Tirofijo"-, se fotografió junto a una imagen del, en ese momento, presidenciable. Pastrana, una vez elegido, realizó una serie de concesiones, incluyendo la creación de una zona "desmilitarizada", conocida como Zona de Distensión, que los terroristas ocuparon inmediatamente, ampliando así su control sobre el territorio. En ningún momento pensaron en la rendición y, durante todo ese tiempo, además de obtener apoyo internacional en un momento en que éste flaqueaba, se fortalecieron militar y financieramente. Los asesinatos y secuestros, incluyendo los de niños, no cesaron.
Las FARC, como otros muchos grupos guerrilleros y terroristas de izquierdas, tienen bien claros sus objetivos y la filosofía para conseguirlos: todo vale si con ello parece estar más cerca el fin buscado. De la misma manera que el Komintern pasó de la revolución pura y la violencia directa contra sus enemigos a alianzas con ciertos partidos que permitieran a los Frentes Populares acceder al poder, los grupos terroristas han usado métodos similares: la creación de partidos políticos o la alianza con otros ya existentes, el apoyo a candidatos "negociadores" del adversario y la creación de ayudas sociales entre la población que los sufre, pero también la generación de un ambiente opresor sobre disidentes o personas de las que se desconfía.
En España, esta situación no nos resulta nueva. La banda terrorista ETA lleva muchos años anunciando ceses limitados de su actividad, treguas parciales o incluso totales, mientras su aparato logístico y político sigue actuando y preparando sus próximos objetivos. Y lo ha hecho empleando exactamente los mismos métodos.
Pocos se pueden ya sorprender con la aparente ilógica que las FARC han mostrado durante este febrero de 2012. A principios de mes, colocaban varias bombas en distintas localidades, que provocaron 18 muertos y 77 heridos, seis horas después de anunciar la decisión de retener a seis rehenes que se habían comprometido a liberar. Días más tarde, atacaron la base militar de Los Farallones, donde asesinaron a tres militares e hirieron a otros 18. Pese a tal reguero de sangre, los narcoterroristas sorprendieron con el anuncio de que renunciarían al secuestro como medio de financiación y liberarían a diez soldados que mantenían como rehenes, lo que generó cierta esperanza en algunos círculos y mucha desconfianza en otros.
No deja de resultar sorprendente que personas aparentemente formadas e inteligentes no muestren ningún tipo de desconfianza cuando un grupo terrorista de larga trayectoria sangrienta anuncia una limitación de su actividad delictiva. No pocos medios de comunicación han querido ver un rayo de esperanza en dichos actos, lo cual es sólo achacable a una candidez impropia de su actividad empresarial o a una descarada ideologización. Ambas opciones son perfectamente legítimas, pero también criticables.
Si los valores en los que los grupos terroristas basan su actividad totalitaria siguen vigentes entre sus dirigentes y simpatizantes, sólo cabe la vigilancia por parte de la sociedad civil y el uso escrupuloso de la ley por parte de las autoridades para mantenerlos a raya. Bien es cierto que terroristas y guerrilleros pueden llegar a cambiar, pero generalmente lo hacen a título individual y se convierten en apóstatas de su causa, algo mucho peor que un no creyente. Cuando es una organización entera la que cambia, simplemente se disuelve, pues no tiene ya razón de ser. Las negociaciones y pasos intermedios no son más que estrategias que engañan a algunos y que, en más de un caso, les ha dado excelentes resultados.
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