En Argentina, la mala noticia es que se ratificó el rumbo
La Presidenta de la Nación inauguró el jueves pasado las sesiones ordinarias del Congreso. Su interminable relato puede ser analizado tanto desde las formas como en su contenido para saber hacia dónde vamos.
Desde las formas, porque volvió a ratificar el desprecio que el cristinismo tiene por las instituciones en general y por el Congreso en particular.
En efecto, el discurso de inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso no es un discurso cualquiera. Se trata de la presencia de la máxima autoridad del Poder Ejecutivo ante los representantes del pueblo y de las provincias, para plantear, básicamente, la agenda legislativa que dicho Ejecutivo propondrá para el año, junto a un balance de lo acontecido en el año previo.
Resulta una tarea ciclópea reconstruir la agenda que la Presidenta le propone al Congreso para el año, analizando los 130 minutos de desordenada, desprolija y hasta, sin exagerar, irrespetuosa exposición de la Presidenta (nadie que usa 130 minutos del tiempo de los demás, para decir algo que, ordenadamente, y en un discurso bien construido, pudo haberse dicho en menos de una hora, respeta a su audiencia).
Insisto, no es una novedad el desprecio que el cristinismo manifiesta sobre las formas institucionales, en especial cuando le impiden hacer lo que se le da la gana, pero, en todo caso, lo del jueves fue una ratificación de esta actitud. El diálogo es entre quien manda y el pueblo, sin intermediarios y sin marcos institucionales molestos. Lo que vimos es escenografía, globos de colores, con un número importante de extras en escena; al estilo de las viejas superproducciones de Hollywood, previas a la tecnología computacional, y con un actualizado manejo de cámaras y coreografías predeterminadas. Ahora, se enfoca a tal ministro que asiente con cara de admiración los dichos de su líder. Ahora, a los jóvenes –si es posible una joven embarazada, que recibirá la asignación universal por hijo–, embelezados por la gesta de su solitaria y sacrificada Jefa. Ahora nos ponemos de pie, ahora, aplaudimos.
Respecto del contenido, obviamente, no hubo autocríticas de ningún tipo, todo se ha hecho bien, muy bien, o por lo menos mejor que antes, y si no se pudo hacer más fue por la “herencia recibida” de hace ocho años, o por el complot de los que, todavía, no han entendido nada o siguen poniendo palos en la rueda.
Elegir invertir en aviones para ricos en lugar de trenes para pobres es una consecuencia del “corralito” (en todo caso de las compensaciones por la pesificación), no de las prioridades del Gobierno. Subsidiar más a los ricos que a los pobres (el decil de más ingresos de la población recibía, hasta ahora, el doble de subsidios en electricidad y gas que el decil de menores ingresos) tampoco es consecuencia de algo mal hecho, sino el “gran impulsor del consumo y del crecimiento de muchas actividades” y que ahora habrá que “redireccionar” (lo que implica un desaliento al consumo y al crecimiento de muchas actividades). La falta de inversión en energía no es el resultado de las políticas públicas, sino de la perversidad empresaria.
El Fondo de Sustentabilidad de las Jubilaciones no es una ficción contable, con la mitad de sus activos constituida por títulos públicos del propio gobierno, que no se pueden hacer líquidos, si fuera necesario, porque no hay fondos para pagarlos, y que se incrementó por el aumento de las cotizaciones de esos mismos títulos, sino que es el respaldo de “16 meses” (no años, textual), de pagos jubilatorios.
El anuncio macroeconómico más importante, escondido en esa maraña discursiva, fue la eliminación del concepto de “reservas de libre disponibilidad” y la ratificación de que el Banco Central es otra caja más del Tesoro Nacional y que, además, entramos en una fase más profunda de “crédito dirigido y controlado”.
Y es el anuncio macroeconómico más importante, porque no sólo se trata de “cosmética legal”, para que el directorio del Banco Central deje de violar la ley como hasta ahora, y pueda ceder libremente las reservas al Gobierno, sino porque indica que no habrá política monetaria antiinflacionaria y que el control de cambios está para quedarse permanentemente.
Sin querer sonar apocalíptico, el asalto final al Banco Central, por parte del Gobierno, es muy mala noticia para la estabilidad macro de la Argentina.
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