Uruguayo: Siga pobre y vóteme
El País, Montevideo
El anuncio del Ministerio de Desarrollo Social de que en estos días quedará instalada una nueva oficina de información para seguir, controlar y evaluar las prestaciones sociales, es una confesión de parte: en todos estos años se repartió dinero sin evaluaciones ni control.
Estamos en el centro del mecanismo populista del Frente Amplio en el poder. La izquierda rompió el ascensor social: es responsable de una política educativa que impide a los hijos de las familias populares progresar económicamente. Sin herramientas para salir adelante, las familias más pobres deben recurrir a la dádiva estatal para poder vivir con relativa dignidad.
En ese proceso, no importa el cumplimiento de objetivos en salud o educación para los niños y adolescentes, que son los que dan garantías a todos y los que promueven la inserción social. Importa, en realidad, que el necesitado tenga claro que le está debiendo un favor al partido de gobierno y que deberá pagarlo llegado el momento de votar. En tiempos de promocionados acuerdos partidarios sobre educación importa entender esta privatización partidista del Estado desde el Frente Amplio. Porque esta educación no puede entenderse alejada de esta política social. Es decir, es el gobierno de izquierda como un todo, el que agrava la fractura de la sociedad y construye sus apoyos en base a mantener pobres agradecidos.
Este clientelismo ya dio resultado en 2009. Marco Manacorda, Edward Miguel y Andrea Vigorito, publicaron un artículo en la American Economic Journal: Applied Economics en el que estudiaron el impacto del plan de atención nacional a la emergencia social (Panes) en la visión política de los beneficiarios, hasta 2008. La conclusión fue que los beneficiarios del Panes tuvieron un índice de aprobación al gobierno del Frente Amplio que era mayor entre 11 y 13% que el de quienes no recibieron ese plan.
El Frente Amplio de Líber Seregni, Zelmar Michelini, Rodney Arismendi, Vivián Trías y Juan Pablo Terra, al cual adhirieron tantos intelectuales de fuste, terminó moldeando este presente de clientelismo populista. El talante astorista, que esboza autocríticas pero termina votando siempre todo lo que perpetúa este modelo de gobierno, lo sabe bien. Los viejos militantes ideológicamente formados, como Graciela Bianchi, y la muy escasa nomenclatura intelectual de izquierda con espíritu crítico, también lo reconocen.
La clave está en que quienes además se empiezan a dar cuenta de esta realidad son las clases medias que se han beneficiado de la bonanza económica de estos años. Y no les está gustando. Porque creen en el destino de ascensión social basado en el esfuerzo individual y no aceptan la perpetuación de pobres presupuestados. Porque quieren ser solidarios, pero exigen resultados de gestión.
Por primera vez desde la recuperación democrática se vislumbra cierto resquebrajamiento de la alianza cultural identitaria, que se fue haciendo hegemónica, entre las clases medias y el apoyo electoral al F. A. Quien crea que con esto basta para generar una alternancia se equivoca: la base clientelista aporta al populismo de izquierda decenas de miles de votos. Pero empieza a poder ser audible un discurso alternativo que se apoye en los viejos valores de las clases medias. Esos que siempre apostaron a dejar de ser pobres, y a votar con libertad de conciencia en una democracia ejemplar.
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