Chávez contra garganta profunda
En realidad constituye una tarea inútil ocultar información en los tiempos que corren. Si no, que se lo digan a Hugo Chávez, incapaz de contener la riada de filtraciones que desmienten sistemáticamente sus intentos para que no se sepa la verdad acerca del grave cáncer que se le ha alojado al sur de la cintura.
Desde que le descubrieron el tumor hace ocho meses en Cuba, el gobernante venezolano ha empleado las pocas fuerzas que le quedan en rodearse de hermetismo, negarle a los ciudadanos partes médicos periódicos, recurrir a las peligrosas esteroides y refugiarse en Cuba antes que confiar en los magníficos profesionales que abundan en su propio país. Si algo ha contribuido aún más a su deterioro es la manera tan descabellada en la que ha abordado su propia mortalidad.
Chávez ha sido tan irresponsable que incluso en varias ocasiones ha dejado en ridículo a sus hombres de confianza, los cuales han dado la cara por él asegurando que todo se trataba de patrañas y mentiras de la oposición y los enemigos del socialismo del siglo XXI. Para sonrojo de Elías Jaua, Diosdado Cabello o el general Henry Rangel Silva, periodistas como Nelson Bocaranda o el brasileño Merval Pereira difunden al mundo informaciones que corroboran la gravedad del líder bolivariano.
Ya da igual que Chávez, recién operado y convaleciente, mande Twitters con frases grandilocuentes en las que se compara con el cóndor que vuela alto. A estas alturas sus ministros provocan risa en las ruedas de prensa, porque dentro y fuera de Venezuela se sabe más de la salud del presidente por los informes del ex embajador de Estados Unidos ante la OEA, Roger Noriega, los cables de Wikileaks o las gargantas profundas que desde su propio entorno proporcionan los jugosos scoops de los Runrunes que Bocaranda publica en El Universal.
En el futuro, cuando el chavismo ya sólo sea un borroso episodio de las perversidades del folclore político, los estrategas de imagen lo estudiarán como un ejemplo a no seguir si se quiere mantener la credibilidad de un gobierno. Mucho más daño se han hecho los propios chavistas con sus cortinas de humo y sus numeritos de culebrón lacrimoso, que el que le haya podido infligir una oposición sitiada que en todo momento ha sufrido el acoso y los insultos del partido oficialista.
Tanto ha luchado Chávez por negar públicamente la enfermedad que lo carcome, que sus actos han acabado por golpearlo como un boomerang. Siguiendo el ejemplo de las arbitrariedades de Fidel Castro, otro caudillo con sintomatología narcisista, según ha podido saberse a través de los documentos diseminados por Wikileaks, en un principio no obedeció el protocolo que se sigue en el caso del supuesto cáncer de próstata que podría padecer. Usualmente el tumor primero se achica con un agresivo tratamiento hormonal que elimina la testosterona. Ya era raro imaginar que el ex militar golpista habría estado dispuesto a disolver el bulto maligno del tamaño de una pelota de béisbol renunciando a esa impronta de macho bravío que es su sello personal.
Como los deportistas que eligen el dopaje, al parecer Chávez se ha atiborrado de esteroides para poder continuar la pantomima del superhombre invencible. Otra decisión errada que, según las últimas informaciones que ha publicado Pereira en su blog, han complicado este último postoperatorio por sus efectos adversos.
De toda esta lamentable historia, lo verdaderamente notable ha sido la destreza de periodistas como Bocaranda y Pereira, cuyas veraces pesquisas han arrojado luz en una oscura trama de mentiras y ocultamientos. Desde luego, se merecen compartir un Pulitzer por periodismo de investigación. Hugo Chávez no puede contra una verdad que viaja más rápido que su sombra menguante.
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