Jeffrey Sachs, quejumbroso
Libre Mercado, Madrid
El destacado economista y profesor Jeffrey Sachs condensó en el Financial Times los tópicos del pensamiento único a la hora de salvar al capitalismo de sus múltiples defectos… todos ellos derivados de la libertad, claro.
Empieza con los fallos del mercado, la cálida ficción de que los monopolios naturales, las externalidades, los bienes públicos y la información asimétrica justifican de por sí el intervencionismo del Estado. No lo hacen, aunque habrá que insistir: parece que, a pesar de Coase y su conocido "The lighthouse in economics" (Journal of Law and Economics, octubre 1974) sobre la debilidad de la mainstream a propósito de los bienes públicos, Stiglitz no ha modificado su manual y sigue insistiendo en que los faros no pueden ser suministrados adecuadamente por el mercado. En fin, algunos creemos que es posible una economía basada en la lógica y la contrastación empírica y no en arrogancias dogmáticas o en cápsulas ideológicas cuya proximidad con la realidad es mera coincidencia.
Sachs sigue con otras consignas: el mercado libre puede dar lugar a una "desigualdad inaceptable" y al sacrificio de generaciones futuras a los intereses de la actual. Pero lo "aceptable" de la desigualdad no es lo que la gente decida hacer a propósito de ella sino el grado en que está dispuesta a aceptar que el poder le arrebate la libertad y los bienes con la excusa de la nueva igualdad, no la igualdad liberal ante la ley sino la igualdad socialista mediante la ley. Y Sachs pretende que ese poder realmente va a cuidar de las generaciones futuras mejor que las mujeres y los hombres libres…
Para completar el catálogo de lugares comunes, el catedrático de Columbia dice que como nos faltan valores, nos precipitamos en "una irremediablemente adictiva forma de consumismo". La gente quiere consumir, y si se enriquece lo hace, generalmente de forma razonable, porque la gente suele ser razonable. Pero nada, siempre estarán los intelectuales, los políticos y los burócratas que clamarán desde sus elevadas tribunas en contra de la falta de valores que aqueja a…los demás.
En vez de la modestia de Marshall, que buscaba analizar a la gente tal como es, ni ángeles ni demonios, Sachs se parece a esos "moralistas quejumbrosos" sobre los que ironiza Smith en La teoría de los sentimientos morales: ya no hay valores, sostiene. Reconoce la capacidad del mercado a la hora de crear riqueza, y solo faltaba que abogara por el comunismo, pero afirma que las cosas van fatal e irán mucho peor por nuestra culpa, porque cultivamos el consumismo, "la religión secular del mundo…la glotonería desatada…estamos destruyendo la Tierra…por nuestra adicciones a los bienes de lujo, la cirugía estética, las grasas, el azúcar, el ver la televisión…". Y lógicamente "el poder del dinero para eludir los controles". La escalofriante conclusión es: "Salvo que recuperemos nuestros criterios morales, nuestra capacidad para la acción colectiva se habrá perdido. Llegará pronto el día en que el dinero sea el dueño de la política, los mercados arrasen totalmente con el medio ambiente, y la glotonería someta implacablemente nuestras libertades personales".
Qué hombre más cansino, oiga. La acción colectiva no sólo no se ha perdido sino que está fortísima, como se ve en la intervención política y legislativa. En ningún caso, el dinero manda sobre la política, es más bien al revés: que Sachs preste un poquito de atención a los impuestos, que ignora olímpicamente, y responda: ¿de verdad nuestro dinero manda sobre quienes nos lo quitan? No es obvio que los Gobiernos siempre protejan el medio ambiente mejor que los ciudadanos. Y lo que aniquila nuestra libertad no son nuestros desordenados apetitos sino la ordenada coerción de las autoridades.
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