Siria: La complicidad del silencio
El Imparcial, Madrid
La consabida expresión según la cual “el que calla otorga” bien puede ajustarse, por extensión, a aquellas sociedades que, bajo regímenes democráticos, toleran sin inmutarse los abusos del gobierno, la degradación de sus instituciones o la venalidad de algunos funcionarios. En el orden internacional, también esa expresión es aplicable cuando el mundo asiste pasivamente a masacres colectivas como las que se cometen a estas horas en Siria, que parecen trasponer, si fuera posible definirlos, los límites de la más despiadada crueldad.
¿Qué es lo que conduce a una sociedad a anestesiarse al punto de desentenderse de cuanto ocurre en la esfera pública mientras ello no afecte demasiado y de manera directa el nivel de vida los habitantes? Al momento de ensayar una respuesta a este interrogante se podría mencionar la inexistencia de una arraigada cultura cívica, la despolitización creciente de la población, su propia resignación debido a la ausencia de alternativas fiables, la desconfianza generalizada hacia los dirigentes o eventualmente la conformidad con el status quo.
Me pregunto si otra de las causas posibles de ese silencio al cabo complaciente no será el temor al aislamiento que algunos ciudadanos experimentan y que los lleva incluso a autocensurarse o a encubrir sus opiniones particulares cuando éstas disienten de las que son prevalecientes, fenómeno que la pensadora alemana Elisabeth Noelle-Neumann (1916-2010) procuró explicar hace tiempo en una obra de elocuente título: La espiral del silencio.
Con más de un siglo de antelación, Tocqueville ya había advertido cómo en algunas sociedades el favor público se vuelve “tan necesario como el aire que se respira”, bastándole a la mayoría tan sólo con aislar a los que no piensan como ella para someterlos. De ahí que el disconforme prefiera a veces llamarse voluntariamente a silencio, contribuyendo a que el discurso oficial se perpetúe ante la falta de impugnadores.
El que calla otorga. Sin embargo, la experiencia enseña que esta silenciosa complicidad termina, tarde o temprano, por cobrarse su precio.
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