La política del sexo
No hay nada más alucinante y aberrante que cuando el Papa y los políticos de la ultraderecha se quieren meter en nuestra cama. No son expertos en sexualidad, intimidad o salud. Pero ellos insisten en controlar nuestra vida horizontal.
Benedicto XVI tiene más que suficiente con las polémicas que han surgido con su viaje a México y Cuba. Lidiar con curas pederastas, dictadores octogenarios y una decreciente feligresía, no es cosa fácil. Pero el Papa alegremente se ha lanzado a criticar el legítimo esfuerzo de los homosexuales en Estados Unidos para que no los discriminen.
Si dos hombres o dos mujeres se quieren casar, eso es asunto de ellos y de nadie más. Las uniones entre homosexuales son reconocidas legalmente en seis estados norteamericanos –incluyendo Nueva York– y en Washington D.C. Lo mismo ocurre en Argentina, España y la ciudad de México. Pero para el Papa eso no está bien.
Benedicto XVI le pidió hace poco a los obispos norteamericanos que lucharan en contra de “las poderosas corrientes políticas y culturales que buscan alterar la definición legal del matrimonio”. Para él y los obispos de la curia romana (que nunca se han casado), la única definición de matrimonio es entre un hombre y una mujer. No se han dado cuenta que la realidad los rebasó hace mucho. Conozco a varias familias de parejas homosexuales, amorosísimas con sus hijos, y no me cabe en la cabeza que el Papa se atreva a decirles que están equivocados, que viven en pecado y que él quisiera disolverlas.
Igual de absurdo resulta el reciente debate sobre los anticonceptivos en Estados Unidos. El uso de la píldora anticonceptiva fue autorizado por primera vez en la década de los 50 y la mayoría de las mujeres norteamericanas la utilizan. Ese, yo creía, era un tema superado. Hasta que el locutor radial Rush Limbaugh calificó como “prostituta” a Sandra Fluke, estudiante de leyes de la universidad de Georgetown, por querer argumentar ante un comité del Congreso que todas las compañías de seguro médico deberían cubrir los gastos de planeación familiar.
Limbaugh, a regañadientes, se disculpó tras perder a decenas de anunciantes. Pero es ingenuo, y hasta tonto, el limitar y criticar el uso de anticonceptivos en una cultura hipersexualizada donde los niños y niñas de 13 y 14 años ya están teniendo relaciones. Y esto nos lleva al álgido tema del aborto.
Empecemos por lo obvio: nadie quiere tener un aborto. Pero la actual contienda electoral en Estados Unidos está totalmente polarizada por el tema. Por un lado está el presidente Barack Obama, quien defiende las actuales leyes que permiten el aborto (basadas en una decisión de la Corte Suprema en 1973), y por el otro un grupo de políticos republicanos que promete hacer hasta lo imposible para penalizar el aborto si llegan a la Casa Blanca. Lo irónico es que en ese debate solo se están escuchando voces masculinas.
En México muchas mujeres han terminado en la cárcel por abortar o por buscar una terminación de un embarazo no deseado. Es la criminalización del aborto. Dieciocho de los 31 estados mexicanos prohíben el aborto. En Guanajuato, por ejemplo, se dio el caso de 6 mujeres encarceladas por más de cinco años por abortar. Grupos feministas han pedido, sin éxito, un censo en las cárceles mexicanas para saber cuántas mujeres hay detenidas por abortar.
Pero ni el Papa, ni el presidente, ni el gobernador, ni el alcalde, ni el juez o el policía tienen derecho a meterse con el cuerpo de una mujer. Ninguno. La decisión de qué hacer con su cuerpo es exclusivamente de ella. Sin embargo, el cuerpo femenino es el principal campo de batalla de los religiosos y políticos más intransigentes. Son, en muchos casos, hombres queriendo imponer su voluntad en el cuerpo de mujeres que ni siquiera conocen.
Me parece increíble cuando líderes religiosos o políticos se quieren meter en la vida privada de los otros. Respeto sus convicciones pero me aterra cuando las utilizan para ganar adeptos o para tratar de convencer a votantes.
Casarse con una persona del mismo sexo, usar anticonceptivos o abortar están entre las decisiones más personales que se pueden tomar en la vida. Y para eso no hay que pedirle permiso a la iglesia, a un partido político o a la policía local.
La procreación de los hijos no es la única función de la sexualidad. Aunque, por el tono de los debates actuales, eso nos quisieran hacer creer los políticos del sexo. Cuando ellos nos pregunten ¿qué haces con tu vida privada? Nuestra respuesta debe ser tajante: eso a usted no le importa.
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