La gran adicción
El auditorio estaba casi lleno. El gran Joaquín Sabina había salido al escenario y cantaba la primera canción de su primer concierto en Miami. El momento era mágico. Pero de pronto, volteé a mi lado para ver la reacción de la gente y me encontré con cientos, quizás miles de personas viendo su teléfono celular y no a Sabina. En lugar de disfrutar ese momento irrepetible, una buena parte de la audiencia tomaba fotos y grababa el concierto en su celular. Parecía un mar de luciérnagas electrónicas. ¿Qué pensaría Sabina que en lugar de verlo directamente muchos prefirieron hacerlo a través de una maquinita? El celular nos acerca a los que están lejos pero nos aleja de los que están cerca.
He leído tanto esta frase que ya no sé ni a quién atribuirla. La realidad es que hay gente que literalmente vive y duerme pegada a su teléfono y que le entra un verdadero sentido de urgencia cuando recibe una llamada, texto, correo o tweet. Es decir, lo de lejos toma prioridad frente a lo que está cerca. El celular es el gran interruptor de la vida. Lo interrumpe casi todo: conciertos, citas, trabajo, romances, fiestas, comidas, viajes… No hay nada que deje sin tocar. El incansable viajero y periodista Pico Iyer escribió recientemente que el norteamericano promedio pasa 8 horas y media al día frente a una pantalla. Además, los más jóvenes envían o reciben 75 mensajes de texto diarios.
El celular es la gran adicción de nuestra época. Es, no cabe duda, muy funcional. Es una minicomputadora con GPS, despertador, reloj, calendario, calculadora, directorio, cámara, pronosticador del clima, radio, libreta de apuntes, videograbadora, librería y central de juegos. Es casi todo lo que necesitamos para sobrevivir.
Pero, también, el celular nos lleva peligrosamente al aislamiento y a la muerte. No exagero ni soy dramático. En toda reunión social a la que he asistido últimamente los celulares son como invitados de honor; tan importantes o más que las personas de carne y hueso que están ahí presentes. No hay nada más patético que una comida familiar en la que todos están usando el celular. “Comida de nucas” lo definió un twitero.
Cuando veo a alguien hablando por celular en una reunión, siempre tengo la incómoda sospecha de que esa persona no quería estar ahí y que preferiría estar en otro lado.
El celular nos acerca peligrosamente a la muerte cuando manejamos. Hay estudios que sugieren que utilizar un celular mientras manejamos es tan peligroso o más que conducir ebrios. Lo más suicida que he visto es a un motociclista usando el celular. Pero lo nuevo es comparar el uso de los celulares con la adicción al tabaco.
El cálculo es que en cada momento del día hay al menos 660 mil conductores en Estados Unidos utilizando un celular. “Adicción a estos a aparatos es la forma correcta de pensar en ellos”, le dijo Debora Hersman, directora del Consejo Nacional de Seguridad en el Transporte, al diario The New York Times. “Es igual que fumar”.
Sin embargo, su recomendación cayó a un pozo; no ha ocasionado, hasta el momento, ninguna ley a nivel nacional que prohiba el uso de celulares en los autos. La actitud prevaleciente es que, aunque sea un riesgo, todos preferimos vivir (y conducir) con celulares que sin ellos.
A pesar de lo anterior, hay un lugarcito del mundo donde nadie prohíbe el uso de celulares pero donde casi nadie los usa. En un reciente viaje a París noté con sorpresa que cuando la gente salía a comer a un restaurante no usaba sus celulares y ni siquiera los tenía arriba de la mesa.
El acto sagrado de comer, beber y conversar en Francia todavía no se ha contaminado con el celular. Quizás sea cuestión de tiempo. Pero por ahora es, sin duda, un espacio donde el contacto personal es más importante que la maquinita que nos pegamos al oído.
El concierto de Sabina fue espectacular. Nunca lo había oído en vivo y estoy seguro que regresaré a verlo en otras ciudades del mundo. Pero me quedé con esa rara sensación de que él no quedó muy contento. Cuando tus fans prefieren verte por celular y no en vivo, algo no está funcionando bien. Ni siquiera un concierto con Sabina pudo romper la gran adicción.
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