La “soberanía cultural”: de la Argentina al mundo
Hace unas semanas comentamos que el gobierno argentino había intentado restringir la importación de libros y revistas como una nueva forma de obstaculizar la salida de divisas. El pretexto escogido no podía resultar menos creíble: evitar el ingreso de papel con alto contenido de plomo en sus tintas. Un inopinado alarde ecologista de un gobierno que no se ha caracterizado por el cuidado del medio ambiente.
Felizmente la iniciativa quedó sin efecto ante la lluvia de críticas procedentes de intelectuales, investigadores y, en general, gentes de letras. Sin embargo, en un fallido intento por justificar lo injustificable, nada menos que el Secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, durante la inauguración de una muestra en la provincia de Formosa, declaró lo siguiente: “… así como hay una soberanía de la economía, hay también una soberanía cultural. ¿En qué consiste la soberanía cultural? En que tengamos cada vez una mayor capacidad de decisión para decir qué se debe editar, qué conviene estratégicamente que los argentinos editemos, y no que se decida en lejanas capitales del mundo los libros que podemos leer.”
Como era de esperar, la frase desató una fuerte polémica. Creo que de haber sido proferida por el Secretario de Comercio Interior, nuestro inefable Guillermo Moreno, hubiera pasado desapercibida: una boutade más de un funcionario que ya nos ha hecho perder la capacidad de asombro. Sin embargo, en boca de Coscia, por sus propios antecedentes y por su condición, reiterémoslo, de Secretario de Cultura, reviste una gravedad inusitada.
Desconozco sinceramente qué cosa sea la “soberanía cultural”. Sin embargo, por buena voluntad que ponga y a sabiendas de que el término “soberanía”, cuando menos desde el fin de los absolutismos monárquicos, también puede interpretarse en un sentido limitado, me resulta imposible no asociar esa frase al poder coactivo del Estado y a su probada capacidad para violar derechos individuales que constituyen precisamente el límite a ese poder. En todo caso, lo que lastima más en esta Argentina contemporánea es pensar que esta violación pueda también llevarse a cabo en nombre de la cultura.
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