Panfleto contra los gobernantes
Mostrarse contento de su suerte, es ponerse a la altura de ella; he ahí por qué tantas fortunas mediocres, hacen felices a tantos hombres. – José María Vargas Vila
La norma es que las sociedades contemporáneas sean gobernadas por payasos, demagogos, iletrados, sátiros, corruptos o tiranos. Es inútil buscar un país en el que no se halle ninguno de estos ejemplares; ese oprobio ha cubierto plenamente a la Tierra. No ignoro que, a lo largo de las eras conocidas, los individuos sufrieron por tal causa. Revisar la historia de las naciones es encontrarse con hombres que, al ejercer funciones públicas, mostraron sus vicios menos inofensivos. Existen hasta cementerios que fueron colmados por ese género de personas.
Con todo, nuestra época es la que deja ver una intensificación del problema. Son incontables los casos que sostienen el pesimismo de quienes no esperan mejora alguna. Pero yo tengo aún el ánimo requerido para injuriarlos y, además, exigir que se trabaje por una situación distinta.
El mal gusto es un cáncer que crece a diario. La ordinariez ha conseguido invadir todas las dimensiones que nos depara esta vida. La barbarie se ha vuelto lucrativa. Lo peor es que se haya convertido en una fuente de popularidad. Por ello, procurando la obtención de sus favores, muchos políticos le rinden pleitesía. Ya no es necesaria la educación, menos aún todo tipo de recato, para cumplir una tarea burocrática. Usualmente, las indecencias no indignan a los electores; por el contrario, éstos premian al que quiere ser abanderado de la vulgaridad. Es verdad que debe haber afinidades entre candidatos y votantes; sin embargo, esto no significa forzar la coincidencia con actitudes repugnantes. Nadie debería ocuparse de rebajarse al grado del ciudadano más grosero. Hay que pugnar por contar con personas decididas a elevar el nivel, otorgando al oficio una categoría noble.
Vivimos rodeados de gente que desea conquistar el poder, aunque sea éste frágil y fugaz, para saciar sus reprobables antojos. Pocos son los sujetos que, habiendo alcanzado ese objetivo, no despiertan una inclinación al autoritarismo. Lo corriente es que se utilicen esas prerrogativas a fin de liquidar enemigos, violándose los límites instaurados para proteger la libertad. Lamentablemente, el rechazo a las reglas que aseguran una convivencia civilizada se nota en bandos de diversa calaña. También, ellos están unidos por la corrupción. El cohecho es un fenómeno que no consiente la discriminación. Nos hemos cansado de comprobar que una minoría tiene escrúpulos éticos. Conozco ciudadanos que esperan únicamente daños menores. Según su entendimiento, siendo ineludibles los latrocinios, lo ideal es que se robe poco. El inconveniente es que esta miserable lógica convence a una mayoría, garantizando la impunidad de los malhechores.
Reclamar la presencia de gobernantes ilustrados y decentes es, pese a su carácter quijotesco, un acto que no merece indiferencia. No estoy pensando en un déspota que hable alemán, examine a los filósofos del Círculo de Viena o diserte sobre Thomas Carlyle, pero, al mismo tiempo, disponga que se acabe con quienes critican su régimen. Tampoco respaldo la idea de que, merced a su erudición, un redentor ilumine nuestro tránsito por este mundo. Mi demanda gira en torno a la posibilidad de ser escuchado por alguien con una cultura que, sin ser extraordinaria, permita un debate razonable. Un representante de la ciudadanía debe estar dispuesto a discutir sus posturas, exponiendo las alegaciones que considere válidas. Naturalmente, esto es inviable cuando nos topamos con un mortal que se ha formado sólo entre lugares comunes e inmoralidades.
El autor es escritor, político y abogado.
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