Seis meses sin Gadafi
Hace seis meses, el mundo apenas podía creerse la noticia de la captura y muerte del ex líder libio, Muamar Gadafi. Hoy, su sombra sigue oscureciendo el futuro de la nueva Libia.
Capturado por un grupo de rebeldes el pasado 20 de octubre cuando trataba de esconderse en un desagüe a las afueras de Sirte, el coronel Gadafi fue linchado y ejecutado de dos disparos. Su cadáver fue expuesto durante días en Misrata, la ciudad de donde procedían las milicias que descubrieron dónde se ocultaba, después de que el convoy en el que intentaba escaparse fuera bombardeado.
No habrá conmemoraciones solemnes en la tumba anónima donde el dictador fue enterrado, en medio del desierto. Pero su macabra 'obra' sigue en pie. El país no ha podido sacudirse aún de la violencia que lo impregna todo en Libia y que Gadafi instituyó como forma de deshacerse del que pensara diferente.
Impunidad
La cultura de la tortura y de la impunidad sigue vigente, agravada por la existencia de cientos de milicias que imponen su ley con las armas. Y la terrible herencia de las exacciones del dictador sigue pesando como una losa en los corazones de las familias de las víctimas.
"El sistema judicial en Libia no está funcionando lo suficiente como para llevar a cabo investigaciones independientes y organizar juicios justos para aquellos sospechosos de haber cometido violaciones de los derechos humanos", señalaba a ELMUNDO.es Ann Harrison, directora adjunta de Amnistía Internacional.
"El Tribunal Penal Internacional es la institución mejor situada para investigar y perseguir a los culpables de abusos con la perspectiva de rendir cuentas al pueblo libio", prosigue Harrison. Sin embargo, las nuevas autoridades libias se han negado a entregar al TPI a los altos cargos del régimen capturados vivos para que sean juzgados. Es el caso del hijo de Gadafi, Saif al Islam, que será juzgado en Trípoli el próximo junio.
El pasado sigue ahí. Sin resolverse. Pero cada día se añaden nuevas cruces en la lista de agravios. Amnistía Internacional pidió ayer a las nuevas autoridades libias, el Consejo Nacional de Transición (CNT), que investiguen las exacciones cometidas contra los libios de piel negra.
Dos víctimas, seis meses
La población negra de la ciudad de Tawarga vive bajo el acoso constante de las milicias, que detienen, torturan y matan a discreción. El pasado 16 de abril, el cuerpo de Barnus Busa, de 44 años y padre de dos hijos, cubierto de cortes y con una herida abierta en la parte de atrás de su cabeza, fue entregado a su familia.
Como Gadafi, Busa fue detenido hace seis meses en Sirte. Su familia asegura que era un "civil". "Esta muerte brutal pone en evidencia los peligros que persisten y acechan a los detenidos en la nueva Libia", declara Hasiba Hadj Sahraui, directora adjunta de Amnistía Internacional para Oriente Próximo y África del Norte.
"¿Cuántas otras víctimas deben morir bajo la tortura para que las autoridades se den cuenta de la gravedad de la situación y cumplan sus promesas de investigar, perseguir ante la justicia y poner fin a estos crímenes?", se pregunta.
La organización internacional ha contado, desde septiembre de 2011, más de una decena de muertes de detenidos bajo custodia de las milicias armadas que se levantaron contra Gadafi.
Pasado y presente están unidos por una profunda herida. Las víctimas de Gadafi todavía esperan una reparación o el reconocimiento de que sus seres queridos fueron asesinados a sangre fría.
"Es muy decepcionante la postura del CNT. Todavía no hemos visto un compromiso en materia de derechos humanos. La transparencia en todo lo referente a abusos de los derechos humanos es muy importante. Es difícil liderar una transición política si no se investiga el pasado", señala Harrison.
Acuciadas por otros problemas -sobre todo por controlar a las milicias armadas-las autoridades interinas libias no han mostrado interés por investigar masacres pasadas como la matanza cometida en la cárcel de Abu Slim en 1996 o las ejecuciones de disidentes que, sistemáticamente, el régimen de Gadafi llevaba a cabo cada mes de abril en el campus de la Universidad de Trípoli, en los años 70 y 80.
"Preocuparse por los abusos de los derechos humanos en el pasado significa que se respetarán en el presente", concluye.
- 23 de enero, 2009
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