Una expropiación anunciada
El Imparcial, Madrid
Finalmente Cristina se salió con la suya. Recuerdo, a este respecto, una expresión de Raymond Aron que me resulta por demás oportuna: “La acción política es pura nada (dijo en el prólogo a El político y el científico) cuando no es un esfuerzo inagotable para obrar con claridad y no verse traicionado por las consecuencias de las iniciativas adoptadas.”
¿Imaginará la presidenta las consecuencias que traerá aparejadas la expropiación de YPF? ¿Las imaginarán sus allegados más íntimos e incondicionales que no parecen sino inducirla a llevarse todo puesto sin levantar el pie del acelerador? ¿No hay acaso riesgo de que terminemos todos estrellados?
A Cristina las cosas no le han salido bien últimamente. La economía está ingresando en una zona peligrosa mientras arrecian las denuncias de corrupción contra funcionarios de su gobierno (empezando por su mismísimo vicepresidente). Los índices de confianza comienzan a darle la espalda, algunos gremios se fastidian y la inseguridad acecha a la vuelta de cualquier esquina. Por si fuera poco, debió adelantar su regreso de la Cumbre de las Américas aparentemente ofuscada por su fracaso en instalar la cuestión Malvinas.
Sin embargo, nada de esto haría retroceder a quien minimiza todo cuanto escapa a su decisión. Ahora se trató de la expropiación de YPF, que se creía había sido momentáneamente suspendida en razón de las fuertes críticas recibidas del gobierno y los medios españoles, a las que se sumaron otras varias voces europeas que, por lo visto, tampoco intimidaron a Cristina. ¿Quién invertirá en un país donde las reglas de juego cambian como cambia su presidenta de vestido? ¿Qué restos de seguridad jurídica nos quedarán para atraer capitales después del destrato que hemos dado a nuestro principal inversor extranjero?
Suele decirse que nadie resiste un archivo. En este sentido, es bueno recordar cómo el matrimonio Kirchner avaló sin objeciones la privatización de
YPF durante los noventa. “No hay nada más soberano que conseguir inversiones”, afirmó Néstor en un discurso del ’92, siendo gobernador de Santa Cruz. Su esposa, por entonces diputada, agregaba que la privatización posibilitaría “la mejora de nuestras cuentas”, volviéndonos “creíbles y respetables”. Palabras nada más que se llevaría el viento.
“Bienvenidos a Argenzuela”, escribió un lector de La Nación al enterarse de esta decisión apresurada, tan tristemente aplaudida como lo fue en su momento el default, que de seguro dará al oficialismo otra caja política para financiar un proyecto hegemónico que viene demoliendo nuestras instituciones y dejándonos internacionalmente solos o, lo que es peor, en malas compañías.
- 14 de septiembre, 2015
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