La presidenta que podría ser
Carta abierta a Cristina Fernández de Kirchner
Usted es una de las figuras políticas nacionales con mayor potencia interna en el mundJo, sólo superada por los dictadores. Es cierto que aún no se le puede endilgar la ofensa de dictadora, pese a su temperamento autoritario: las instituciones republicanas siguen respirando, aunque muy debilitadas. Tampoco se le puede quitar legitimidad a su puesto. Es casi omnipotente. Habla como los dioses. Sus discursos podrían ser material de aprendizaje para los maestros de oratoria. Alterna informaciones eruditas con bromas y preguntas. Puede mantener la atención de su audiencia por varias horas. Es mujer. Es bonita. No es genio pero sí muy inteligente. Está provista de una larga y envidiable experiencia como legisladora. Cursó Derecho. Conoce a fondo una de las provincias más periféricas del país y conoce a fondo el poder central. Tiene mayoría absoluta en ambas cámaras del Congreso. Los gobernadores -sin excepción- se inclinan respetuosos y casi mudos. El Poder Judicial tiembla ante su humor. Hasta los intendentes sembrados desde La Quiaca hasta Ushuaia quieren recibir su ternura. Controla al partido político mayoritario con simples ademanes. Los empresarios se le arrodillan. Los gremialistas le tienen miedo. La prensa independiente u "opositora" mide sus palabras y busca equilibrios para no excederse.
Y paro aquí.
Llenaría este artículo con la pormenorizada descripción de sus cualidades y sus recursos. Pero mi propósito es otro. Explicarle la frustración que sentimos la mitad de los argentinos -cada día somos más- por no desempeñarse usted como la presidenta que podría ser.
No estimo que necesite datos. Puede convocar a quienes desee -pero que no se limiten a regalarle mentirosos elogios- para que le expongan verdades sobre la situación a la que nos arrastra su política. Está mal asesorada, señora. Está mal asesorada por personas que considera leales y visionarias. Pero no tienen las luces de una buena memoria que les recuerde algo simple: sus medidas ya fueron usadas y, tarde o temprano, acaban en el desastre.
Peronistas y antiperonistas elogian el segundo y muy breve gobierno de Juan Perón. Están equivocados. Deberían aprender del último tramo del primer gobierno. En el año 1950 -que recordamos como el Año del Libertador San Martín-, empezó a mostrar fallas el modelo que se había puesto en vigor y que usted ahora conduce. El exceso de controles, la represión a la prensa, el desprecio a la oposición, dividir el pueblo entre leales y contreras, el clientelismo impúdico, la manipulación de los sindicatos, el despilfarro de las reservas y las estatizaciones (que aumentan la burocracia, la ineficiencia y el déficit) nublaron las grandes realizaciones del Perón y Evita de los primeros años. Ese presidente Perón, antes de su caída, comprendió parte de sus errores y volvió a mejorar la situación económica. Lo comprendió mejor al regresar de España, es cierto. Pero sería justo recordar que su mente ágil y pícara supo que debía hacer un giro importante ya antes de 1955. Por eso disminuyó los controles y permitió que los líderes opositores tuvieran acceso a los medios masivos de comunicación. Le reportó extendida gratitud que por primera vez en muchos años hablasen por la cadena nacional políticos como Arturo Frondizi y Solano Lima. Pero más notable fue otra decisión. Se pretende borrarla porque choca con el patrioterismo infantil que intoxica las neuronas argentinas. El presidente Perón negoció nuestro petróleo con la California Petroleum Co. Sabía que necesitaba una caudalosa inversión extranjera. No alcanzaban los vacuos gritos de soberanía ni en su boca. Perón, que había sido proclamado en la casa histórica de Tucumán como Libertador económico de la Argentina, no era un vendepatria. Ese proyecto fue llevado a cabo más adelante por Arturo Frondizi.
Frondizi fue un estadista ejemplar. Tuvo el coraje de poner a un lado concepciones arcaicas y subirse a un genuino tren progresista. Es decir, un progresismo que trae progreso de verdad, no sólo discursos. En brevísimo tiempo consiguió el autoabastecimiento. En otras palabras, consiguió una soberanía económica que no se basaba en agresiones estériles, expropiaciones ni aumento de la desconfianza internacional. Otra de sus medidas estratégicas fue la libertad de enseñanza, que los "progresistas" de entonces condenaron. Estimuló una industrialización acelerada con medidas que daban vértigo, pero que estaban respaldadas por la majestad e independencia del Poder Judicial. La Argentina volvió a recuperar un dinamismo olvidado y convertirse de nuevo en un país relevante y esperanzador.
Usted, señora Presidenta, puede hacer lo mismo e incluso más. Bastaría repasar sus éxitos y fracasos que sólo los ciegos no ven. Le diría que debe comenzar con las tres medidas que tomó el mismo Perón antes de su exilio. Pero puede -y debería- añadir otras. La Argentina que ahora gobierna con todas las plenipotencias no es la de 1955. Desde esa época hasta hoy la decadencia ha sido permanente. Hemos disfrutado breves momentos de recuperación, es cierto, pero no alcanzan. Las toxinas patrioteras, falsamente progresistas, que nunca pueden terminar con la pobreza y embriagan mediante consignas estériles, deben ser atacadas a fondo. Usted lo puede hacer.
Es un buen ejercicio comparar la sociedad con el cuerpo humano. Incluso con la supervivencia de todos los seres vivos. Nos sostiene un equilibrio misterioso. En su caso, señora, es obvio que debe reemplazar la ausencia de tiroides con una medicación. Pero no se podría vivir bien con una pastilla para despertar y otra para dormir, una para tener hambre y otra para estar saciado, una para ingerir líquidos y otra para dejar de beber, una para estar alegre y otra para estar sereno, una para acelerar la actividad hepática y otra para disminuirla. Y así sucesivamente en todos los órdenes de la existencia. Sería peor que la más asfixiante de las prisiones. Sin embargo, es lo que su gobierno pretende hacer con la nación argentina. Control sobre todo, todos y todas. Prisión con guardianes sádicos. Igual que los fascismos clásicos de derecha o izquierda (Mussolini, Hitler, Stalin, Mao, Castro). Guillermo Moreno fue elogiado por usted como el mejor de sus funcionarios porque es un obsesivo del control. Un control que recuerda a los fanáticos de la Inquisición o de la Sharia. ¿No se dio cuenta de que es el hombre más detestado del país, e incluso fuera del país?
También usted anhela controlar los pocos medios de comunicación independientes que aún funcionan pese a la discriminación de la pauta oficial. ¿Para qué? ¿No ganó las elecciones con el 54% de los sufragios pese a esos medios? ¿En qué le han disminuido su poder? Un análisis objetivo -los análisis objetivos son dolorosos- diagnosticaría que la rápida pérdida que ahora sufre su imagen se debe a sus propias acciones, no a los medios de comunicación.
Fíjese, por favor. Las impugnaciones a su enriquecimiento ya quedaron en el pasado. Puede estar tranquila con la fortuna acumulada. ¡Entonces no permita más corrupción! Haga como Dilma Rousseff, que echó a cinco ministros y con esa medida ejemplar puso límites a toda la suciedad que enloda la entera pirámide del Estado. Deje que la Justicia sea independiente. ¡Independiente de verdad! Que juzgue como es debido a Boudou, a Schoklender, a la Fundación de las Madres de Plaza de Mayo, a legisladores, gobernadores, intendentes, legisladores y demás funcionarios que confunden los votos obtenidos con garantías a su impunidad. Que la Corte Suprema deje de parecer un gnomo golpeado, porque ni siquiera ha conseguido reponer el fiscal de Santa Cruz.
¿Le parece que una democracia respetable puede aceptar que grupos de matones enmascarados se vuelquen a la calle, agredan embajadas y hasta hieran a las fuerzas de seguridad? ¿No deberían ser arrestados, desenmascarados y sancionados? ¿Desde cuándo en una democracia se tolera el encubrimiento de la identidad?
¿Le parece que los piquetes tienen derecho a continuar con su diaria diversión de bloquear las rutas para destruir la jornada laboral de centenares de miles de argentinos? ¿No es hora en que su poder, señora Presidenta, hiciera saber que usted gobierna para todos, no para transgresores de pacotilla?
¿No le preocupa el aumento del enojo social? Ha comenzado una guerra de pobres contra pobres. Basta registrar lo que sucede en los medios de transporte. Esto es como un volcán que despierta. ¡Cuidado por ahí!
Sabe mejor que nadie cuántos chanchullos se han cocinado en la privatización y ahora en la nacionalización de YPF. Sabe que el objetivo de su última medida es de corto plazo, para mejorar su imagen mediante las hogueras del patrioterismo y engordar la debilitada caja (si la engorda). Sabe que su gesto se parece al de Galtieri invadiendo las Malvinas y Rodríguez Saá proclamando el default . Ambos fueron aplaudidos. Pero después nadie aceptó haberlos apoyado. ¿Qué espera en el futuro?
Observe cómo se procede en países como Australia o Canadá. Allí no hay Morenos ni Quebrachos ni piquetes ni corruptos en cargos públicos ni subsidios clientelares ni locas medidas de corto plazo. Piénselo. No se recluya en el falso argumento "destituyente". Por ahora la oposición no le hace sombra. Si usted se convirtiera en la presidenta que podría ser, tiene la oportunidad de pasar a la historia como alguien que hizo mucho más que llevarnos al abismo.
© La Nacion.
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