Sarkozy contra Sarkozy
Desde que el general Charles De Gaulle la fundó en 1958, la Quinta República Francesa ha tenido seis presidentes. Cinco de ellos pertenecieron al movimiento gaullista que el general fundó: el propio De Gaulle, Pompidou, Giscard d'Estaigne, Chirac y Sarkozy. Esta secuencia fue interrumpida solamente por las dos presidencias consecutivas del socialista Mitterrand, entre 1981 y 1995. Si François Hollande triunfara en la segunda vuelta del próximo 6 de mayo, se convertiría en el segundo presidente socialista de la Quinta República. Si lo derrotara el presidente Sarkozy, que busca su reelección, la serie de los presidentes gaullistas se prolongaría por lo menos hasta 2017.
Desde el momento en que el gaullismo es un movimiento de centroderecha y el socialismo de centroizquierda, el régimen político francés es "bipartidista" de un modo similar al Reino Unido, España, Italia y Alemania, donde la centroderecha y la centroizquierda se sustituyen una a la otra en el poder obedeciendo a los cambios de humor del electorado, cuya función es fijar los turnos de gobierno que les corresponden a cada una de estas dos grandes expresiones de la voluntad popular.
El sistema bipartidista es el más perfecto o, mejor, el menos imperfecto de los conocidos, porque asegura de un lado la continuidad de las instituciones y, del otro, la alternancia de los gobiernos. No debe asombrarnos por eso que el bipartidismo caracterice a las naciones políticamente desarrolladas, lejos al mismo tiempo del monopolio político de un caudillo autoritario y de la multiplicación desordenada de los partidos. Si reconocemos empero que el bipartidismo es "el menos imperfecto" de los sistemas conocidos, es porque retenemos la famosa definición de Winston Churchill según la cual "la democracia es el peor de los sistemas conocidos, con excepción de todos los demás". La historia prueba, en efecto, que nada ha sido más peligroso para la libertad y el bienestar de los ciudadanos que la ausencia de un sistema bipartidario; algo que conocemos bien los argentinos.
La vida política ha admitido de vez en vez, por otra parte, la gravitación misteriosa del "carisma", palabra que quiere decir "óleo sagrado", entendiéndose por tal la irradiación que emanaba de los profetas cuando el pueblo los percibía como ungidos por Dios, un aura que, por extensión, también se atribuye a los líderes políticos extraordinarios. Sarkozy ganó en 2007 porque tenía "carisma". Pero si del líder carismático se esperan milagros, también los acecha el "anticarisma" de aquellos que los detestan, ya que el carisma no admite medias tintas. Pensemos sino en el carisma que adjudicaban a Perón sus partidarios y en el anticarisma que le imputaban sus detractores.
En la elección francesa de primera vuelta del último domingo, Szarkozy salió segundo de Hollande -un candidato insípido, si los hay- porque en medio de la crisis económica que acecha a Francia muchos empezaron a verlo, a la inversa que hace cinco años, como el heraldo del fracaso. Cuando el carisma se convierte en anticarisma, el pueblo empieza a percibir a quien honraba como si fuera el culpable de sus tribulaciones.
Francia, como la Argentina, define su elección presidencial en dos vueltas. En la primera vuelta del último domingo, ni Sakozy ni Hollande sobrepasaron el modesto porcentaje del 28 por ciento. El próximo 6 de mayo, el sistema de la doble vuelta los dejará solos, frente a frente, en busca del anhelado cincuenta por ciento más uno. La ascendente estrella de la extrema derecha Marine Le Pen, que obtuvo el 18 por ciento, quizás tenga la llave de la victoria a la que aspiran tanto Sarkozy como Hollande.
Pero también podría decirse que los que en verdad combatirán por el favor de los franceses en la segunda vuelta serán "dos" Sarkozy; el primero, poseedor de lo que quede del carisma de 2007 y el segundo, víctima propiciatoria del "anticarisma" que ahora lo acecha. A menos que el presidente francés recupere a último momento el capital que fue perdiendo en estos años, el insípido Hollande se llevará las palmas para mostrar a propios y extraños que, en la Quinta República que fundó el ultracarismático De Gaulle, ya no quedan héroes ni profetas.
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