Libertad hoy. Despotismo mañana
La democracia en América Latina enfrenta el riesgo de convertirse en una parodia de si misma por la falta de honestidad política de sus representantes más notables, que son, al menos en teoría, los presidentes legítimamente elegidos en comicios plurales y transparentes.
Los líderes políticos del hemisferio actúan en el marco de lo políticamente correcto, que en lenguaje común es hacer y decir lo que la mayoría espera y no exponer o defender criterios que puedan provocar crispación o enajenar la voluntad de dirigentes políticos con capacidad de iniciar un proceso de desestabilización que ponga en riesgo la gobernabilidad durante su mandato.
En cierta medida en el hemisferio vivimos en política el viejo refrán de “Pan para hoy y hambre para mañana”, y es por la falta de liderazgo de aquellos mandatarios que se perciben y se muestran como genuinos demócratas, pero que en realidad faltan a su obligación de ser honestos e intransigente en la defensa de los valores de una sociedad de derecho.
Esta crisis de liderazgo hace que la certeza de un destino común de libertad y democracia, nunca haya sido mas incierta que en el presente, una situación que se apreció con extrema claridad en la última Cumbre de las Américas que se efectuó en Colombia.
Temas que no estaban en la agenda como Las Malvinas, una situación lamentable pero "calentada políticamente" por la presidenta argentina, Cristina Fernández para incentivar el nacionalismo, o la participación de Cuba, una dictadura que durante más de cinco décadas ha violado los derechos humanos de forma sistemática y permanente, pero que al parecer ningún presidente y en particular el anfitrión, tenían conocimiento de lo que acontece en la isla, porque solo enfocaban la ausencia del gobierno de Raúl Castro, en el rechazo a su participación por los gobiernos de Estados Unidos y Canadá y no porque en la isla impera una cruel dictadura.
Están en falta líderes del coraje y talento de Rómulo Betancourt, Luis Muñoz Marín y José Figueres, que actuaban en base a sus convicciones y defendían sus criterios sin importar las circunstancias.
Los tres y unos pocos mas, la lista no es realmente extensa, trabajaron arduamente para que en sus países se estableciera y fortalecieran la democracia, pero también cumplieron con el deber de ayudar a los demócratas de otros países a promover el modelo que querían para el suyo.
Hay varias naciones en el hemisferio con la estabilidad política, posibilidades económicas y liderazgo para promover sus respectivos modelos, sin embargo esas potencialidades no se concretan por falta de voluntad o lo que es peor, por temor a generar conflictos internos o internacionales que afecten su mandato.
Ejemplos de esa situación los apreciamos en Colombia, México y Chile, por solo referirnos a tres países del continente.
Colombia que ha vivido la trágica experiencia de una subversión financiada y apoyada por el régimen cubano, que posteriormente evolucionó a una narcoguerrilla que compite en criminalidad con los paramilitares, también vinculados al trafico de estupefacientes, ha tenido la entereza moral de construir una democracia sólida bajo el protagonismo de dos personalidades notables, que lamentablemente no percibieron que el continente demandaba un liderazgo firme para que la democracia se extendiera a otros países, o se fortalecería en las naciones en que estaba quebrantada.
Álvaro Uribe, disfrutó de una coyuntura ideal para encabezar una defensa integral de la democracia en el continente, y otro tanto ha ocurrido con su sucesor Juan Manuel Santos, pero ambos decidieron obviar la realidad del continente para concentrarse en los problemas de su país, una decisión válida pero que confirma que los políticos del continente padecen de una severa miopía, porque no han sido capaces de enfrentar los proyectos desestabilizadores que impulsan Hugo Chávez y Rafael Correa.
Otro tanto sucede con Felipe Calderón, México, y Sebastián Piñera, Chile, tampoco a ellos les interesa enfrentar modelos desestabilizadores, temen el riesgo de que su gestión se vea amenazada por el clientelismo que el castrismo estructuró por décadas y que el chavismo mantiene con las riquezas del pueblo venezolano.
Paradójicamente es el despotismo que se identifica con el denominado Socialismo del Siglo XXI, el que cuenta con individuos dispuestos a promover sus creencias y trabajan duro y sin temor, a favor de los intereses que defienden.
Hay que reconocer en Rafael Correa y Hugo Chávez, el coraje político que le falta a los demócratas de hemisferio, que con su silencio cómplice y una ceguera conveniente, están ayudando a sepultar la democracia y a un retorno del autoritarismo que porque use ropa de civil, no es menos despiadado que el de uniforme.
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