Argentina: Ni con el impuesto inflacionario se consigue tapar el agujero fiscal
Dos noticias económicas de la semana: una que, con bastante buena voluntad, puede ser considerada favorable al Gobierno y la otra, decididamente adversa al mismo Gobierno. La primera es que entre enero y marzo el superávit comercial alcanzó a US$ 2.969 millones, casi 90 % más que en el mismo período de 2011. Y es probable que, al cabo del año, pueda acercarse a US$ 10.000 millones, la meta que se ha trazado Guillermo Moreno.
El propio Moreno, con sus fuertes restricciones a las importaciones, fue uno de los causantes del salto en el resultado del balance comercial. Sumadas a la retracción de la economía, determinaron que en el primer trimestre de las compras al exterior crecieran literamente cero, contra un aumento del 38 % para el año pasado.
Un ejercicio lineal canta que si las importaciones hubiesen trepado al ritmo de 2011, el saldo del comercio exterior estaría en rojo. Esa es la razón detrás del cepo de Moreno, y quizás haga desvanecer expectativas empresarias en el sentido de que el Gran Controlador vaya aflojando con las trabas.
Durante la semana también se conoció el estado de las cuentas fiscales. Esta vez no hay nada para festejar, sino todo lo contrario: refuerzan el deterioro creciente.
Bien medidas, o sea, computando los pagos de la deuda pública, arrojaron un déficit de $ 5.112 millones entre enero y marzo.
Quintuplica al desequilibrio del mismo período de 2011, pese a que aumentaron las transferencias del Banco Central, la ANSeS y el PAMI al Tesoro Nacional.
Frente a un cuadro fiscal semejante es poco lo que puede reportar la caja de YPF, así haya quienes vean, en este punto, uno de los objetivos de la expropiación. El año pasado, las utilidades de la petrolera ascendieron a unos US$ 1.200 millones, equivalentes a $ 5.316 millones o al déficit del primer trimestre.
En cambio, es infinitamente mayor el efecto del llamado impuesto inflacionario , originado en la pérdida que la inflación genera en el valor real del dinero. Un trabajo de la consultora Economía & Regiones (E&R) explica el proceso: dice que como el Gobierno, a través del Banco Central, es el único encargado de la emisión termina apropiándose de esa pérdida de valor del dinero .
El Central tiene un pasivo constituido por la masa de billetes y monedas en circulación, más los encajes que los bancos acumulan en la entidad por los depósitos. Y tal cual sucede con cualquier deuda en pesos, la inflación licúa parte del pasivo: esa resulta, justamente, la tajada que queda para el Gobierno.
Podría decirse, entonces, que la inflación verdadera es la tasa del impuesto inflacionario : del orden del 23 %, de acuerdo con estadísticas oficiales de provincias y privadas. Y es obvio que cuanto mayor sea el circulante, mayor será este gravamen encubierto.
Pasa, además, que un factor realimenta al otro. Si los precios suben, aumenta la necesidad de dinero de la economía, aunque ya es usual que el Central también use la emisión para fogonear la demanda.
Según E&R, esa fuente de ingresos le reportó al Gobierno alrededor de $ 46.000 millones, el año pasado, equivalentes al 11 % de la recaudación tributaria completa. Para 2012 estima que podrían ser $ 66.000 millones .
El BCRA transfiere al Tesoro Nacional el impuesto inflacionario que recauda bajo la forma de adelantos transitorios -en realidad, permanentes-, utilidades y uso de las reservas.
Pero la estimación de $ 66.000 millones puede quedarse corta, por dos razones.
Una es que las restricciones a la compra de dólares incrementan la cantidad de pesos en la economía. Otra, que la reciente reforma a la Carta Orgánica del Central recortó limitaciones que hasta ahora existían para el uso de los adelantos transitorios y de las reservas. Conclusión: por varias vías simultáneas, el Gobierno tendrá más plata disponible.
Se dice, hace tiempo, que el impuesto inflacionario es el más regresivo de los impuestos, porque golpea, especialmente, a los sectores de ingresos fijos, los asalariados y los jubilados. También, que la inflación proyecta distorsiones a lo largo de toda la economía.
La paradoja es que, aun cuando no sea sostenible indefinidamente, el fenómeno ayuda a reparar la escasez de ingresos fiscales. Si se prefiere, a apuntalar un gasto público siempre empinado : comparándolo con iguales períodos del año pasado, en el primer trimestre creció un 34 % y un 39 % en marzo.
Exprimir al Banco Central más de lo que venía haciéndolo fue el atajo que el kirchnerismo tomó para mantener los subsidios y evitarse, consecuentemente, el costo político que le habría significado la quita del beneficio. Encima, sobrevino la tragedia ferroviaria en Once.
Los subsidios han seguido en ascenso, aunque a ritmo más moderado: un 19 % entre enero y marzo, pero con un avance del 53 % en el transporte, incluida Aerolíneas Argentinas.
De todos modos, el cepo sobre las importaciones y el mercado cambiario es una salida dictada por la estrechez de divisas: de apuro, aunque no puede ser un método para siempre. Y apropiarse de cuanta fuente de recursos haya a mano, la expresión de un problema de caja serio.
Los llamados superávits gemelos –el comercial y el fiscal– fueron considerados pilares del modelo K. Si aún se los cree en pie, cuanto menos aparecen seriamente heridos . Algo semejante ocurre, ahora, con el repliegue de la actividad económica.
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