Argentina: La demonización del periodismo
Una de las operaciones más exitosas del gobierno Kirchner ha sido (y aún lo es) la demonización del periodismo crítico.
A diferencia de otros regímenes autoritarios o populistas que han buscado neutralizar a la prensa por medio de la censura, la intimidación, la confiscación o el cierre, los Kirchner (en sus dos versiones), sus funcionarios y sus adeptos concibieron el más sutil, pero a la larga, más redituable plan de desactivar el impacto crítico de la prensa atacando su credibilidad.
Sin credibilidad, el periodismo no existe y sus denuncias y afirmaciones caen en el vacío. A lo sumo, se convierten en un aporte más al mercado del chimento, un cacareo similar al que producen los foristas de las publicaciones online.
Esta demonización no se logra de la noche a la mañana; requiere una paciente y persistente campaña cuyo objetivo principal es sembrar la duda. La duda es el ácido que va erosionando la certeza. Al poco tiempo, todo cuanto queda es desconfianza, incertidumbre y confusión.
El gobierno logró todo esto de manera ejemplar, ayudado, es preciso decirlo, por las características de las empresas periodísticas, muchas de las cuales están lejos de ser modelos de ética o de transparencia.
Hoy en día, la prensa no oficial carece de credibilidad en la Argentina y si bien todavía es capaz de instalar algunos debates en la opinión pública, como las relaciones del vicepresidente Armado Boudou con la imprenta Ciccone, es evidente que su influencia ha sido seriamente cercenada.
De ahí que los escándalos aparezcan, alcancen su cenit y desaparezcan sin consecuencias, como le sucede a los personajes de las películas de dibujos animados, que pueden caer de un precipicio, ser arrollados por un tractor o perforados a balazos, pero siempre terminan tan indemnes como al comienzo.
Tan importante como la campaña de descrédito impulsada por el gobierno ha sido la que llevan adelante sus adeptos, muchos de ellos figuras prestigiosas del mundo intelectual y otros, periodistas, quienes no mucho tiempo atrás trabajaban para los mismos medios que hoy demonizan. Se trata de un curioso fenómeno de amnesia laboral que, por lo visto, no admite tratamiento.
El argumento fundamental que se exhibe para desacreditar a la prensa consiste en cuestionar su independencia. No existe la prensa independiente, aseguran estos críticos. Los periodistas sirven a los intereses de sus empresas, las que, a su vez, atienden a sus propios intereses manipulando la información.
Este juicio, expuesto con la soberbia de quien presume conocer todos los secretos de la profesión, infiere que los periodistas son descerebrados, o corruptos, o están prostituidos o son una combinación perversa de todo esto.
Lo interesante de esta postura es que no propone otra solución que el silenciamiento, al mismo tiempo que ensalza la actitud de los publicistas oficiales, empeñados en defender las acciones del gobierno y de sus integrantes sin ningún tamiz.
Pocas veces en la historia argentina se ha dado una conjunción tal de apóstoles dedicados a divulgar la historia oficial sin objeciones y a desacreditar a quienes se atreven a cuestionarla.
Leyendo o escuchando a la prensa apostólica, se concluye que el gobierno nunca se equivoca y sus funcionarios son seres impolutos. Quien afirme lo contrario, miente o está al servicio de intereses espurios.
El maniqueísmo se ha instalado tan profundamente en la gente, que prácticamente ha eliminado el centro. Es el Braden o Perón revestido ahora de Cristina o Magneto.
Este asalto inclemente a la profesión periodística no busca formar mejores periodistas; busca neutralizar toda crítica, todo cuestionamiento, toda posibilidad de denuncia, al mismo tiempo que se va construyendo una gigantesca corporación de medios adictos, pagados con la publicidad oficial.
Una jaula de loros, imitándose unos a otros o, parafraseando a Faulkner, una historia contada por un idiota, llena de sonido y de furia, carente de todo significado.
- 28 de diciembre, 2009
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