Las víctimas de Evo Morales responden a su autoritarismo
The Wall Street Journal Americas
La estrategia populista de la izquierda de demonizar a la clase inversionista tiene una gran desventaja: la ley de los rendimientos decrecientes. A medida que disminuyen los blancos, también lo hacen los dividendos.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, tal vez lo entienda con el tiempo. El presidente de Bolivia, Evo Morales, está viviendo esa lección ahora mismo.
En mayo de 2006, Morales nacionalizó la industria del gas aduciendo que es un tipo de patrimonio colectivo. La noticia infló el orgullo nacional y la gratificación para el presidente fue inmediata. Pero no fue duradera; el mandatario necesitaría otras medidas para replicar ese efecto.
La última llegó hace seis días, el 1 de mayo —el Día de los Trabajadores para los socialistas—, cuando anunció la nacionalización de Red Eléctrica, una empresa de transmisión de electricidad. Imágenes provenientes de Cochabamba, donde soldados con botas de combate y equipo antidisturbios rodearon las oficinas de la compañía, exhibían el chovinismo de Morales. En el Palacio Quemado en La Paz, el presidente fue fotografiado levantando el puño de forma triunfal.
Fue bastante dramático, pero no representa lo que sucede realmente en Bolivia.
Morales tiene serios problemas políticos. Ganó la reelección en diciembre de 2009 con un 64% de los votos. No obstante, ahora su tasa de aprobación ronda 35% y, pese a que tiene el control de las cortes, el Congreso y el Órgano Electoral Plurinacional, tiene problemas para gobernar.
Como presidente, Morales ha seguido dependiendo de los métodos primitivos que utilizó para acceder al poder —es decir, bloqueos de carreteras, protestas callejeras y violencia de turbas— para dirigir su gobierno. No obstante, los bolivianos están hartos. Visto desde el prisma de su menguante popularidad, la expropiación de Red Eléctrica parece más un acto de desesperación que de desafío.
La izquierda internacional ha explicado la popularidad inicial de Morales en términos raciales, pintando a él y a su vicepresidente marxista de clase alta, Álvaro García Linera, como nobles libertadores de una nación indígena. Esto ignora el hecho de que la mayoría de los bolivianos son culturalmente mestizos, lo que significa que, más allá de su linaje, ya no viven como lo hacían sus ancestros hace 500 años. Lo que los socialistas también pasan por alto es que los indígenas bolivianos no prefieren ser tiranizados por alguien que se parece a ellos más de lo que les gustaría estar bajo el yugo de alguien que no.
Las cosas debieran estar saliéndole bien a Morales. Bolivia es un proveedor de recursos y los precios de las materias primas en general están en auge. No obstante, la economía ha tenido un desempeño mediocre. El Producto Interno Bruto ha promediado un anémico crecimiento anual de 2,9% desde 2005 a 2010. El año pasado, se estima que se expandió 5%, pero no alcanzó la meta de 6% que, según los economistas, los países en desarrollo deben mantener durante un decenio para lograr un impacto real en las tasas de pobreza.
Una razón es la escasez de inversión privada. La inversión total es de alrededor de 16% del PIB, cuando se necesita una cifra cercana a 25% para generar un crecimiento fuerte a largo plazo. Peor aún, la mayor parte de la inversión proviene del sector público y es financiada cada vez más por el banco central. La inversión privada ha sido apenas de entre 6% y 7% del PIB, lo que sugiere que a los inversionistas les preocupa el riesgo país.
Su proyecto gasífero tampoco está funcionando bien. Después de la nacionalización de 2006, dio marcha atrás a un contrato de largo plazo para abastecer a Brasil a través de un gasoducto de Petrobras e intentó elevar el precio. Petrobras respondió incrementando su capacidad para manejar gas natural licuado importado y comenzó a invertir en grande en la explotación de yacimientos brasileños. Ya no depende del gas boliviano.
Mientras tanto, el problema real de Morales, el odio de los bolivianos a su autoritarismo, está saliéndose de su control. El problema empezó con un intento en diciembre de 2010 de aumentar los precios de la gasolina en 70%. El levantamiento —conocido como el gazolinazo— fue tan violento que se vio obligado a retractarse. El incidente dañó mucho su imagen.
Luego, anunció planes para construir una carretera financiada por Brasil a través de una reserva indígena en la amazonia boliviana conocida como Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure, o TIPNIS. Los habitantes pidieron un desvío para salvar sus territorios ancestrales. Cuando Morales se negó, cientos de indígenas emprendieron una marcha de protesta de 500 kilómetros a La Paz. En el camino, se encontraron con un piquete pro-Morales y la policía les lanzó gas lacrimógeno. Cuando el gobierno arrestó a unos 300 manifestantes y trató de sacarlos del área en avión, residentes locales prendieron hogueras en la pista del aeropuerto en solidaridad con los detenidos.
Morales ha suspendido la construcción de la carretera, pero todavía insiste en que la ruta se llevará a cabo porque los cocaleros —su electorado más importante— la necesita para expandir su negocio.
El TIPNIS se ha convertido en el símbolo de la resistencia nacional contra la mano dura de Morales. El diario español La Gaceta informó que sólo en marzo hubo 123 protestas en todo el país. Incluso Naciones Unidas ha dicho que está preocupada por el creciente nivel de conflicto y la persecución de oponentes políticos. Morales también está preocupado, lo que probablemente explica por qué fue tras Red Eléctrica en el Día de los Trabajadores.
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