La lucha cotidiana contra los boludos
El radar de boludos indica que el “boludismo” es el arma de venganza letal de las mayorías sumergidas. “Hacerse el boludo” (o a veces, simplemente serlo) es, para el más indefenso, la única manera de contrarrestar el poder de los que mandan. (Para un empleado maltratado o mal pago, para un hijo mal querido o para una esposa olvidada, recurrir a la “cara de boludo” es una escapatoria que, si bien puede ser efímera, no deja de ser eficaz en infinitas circunstancias).
Sin embargo, sería injusto suponer que la boludez es patrimonio exclusivo de los más débiles u oprimidos, ya que “los de arriba”, los que toman decisiones o tienen gente a cargo disponen de un arsenal oculto de boludez cuya letalidad equipara o supera la de sus subordinados. ¿Cuántos expedientes bien encarados terminan “cajoneados” en el escritorio de un juez o de un gerente poco afecto al trabajo? ¿Cuántas buenas ideas o excelentes proyectos mueren sobre la mesa de un director que prefiere no tomarse el trabajo de leer dos carillas que, a lo sumo, le demandan diez minutos más de su tiempo? Del boludismo tampoco se salvan, por más que hayan leído todo los libros del mundo, gran parte de los intelectuales.
Para comprobarlo basta con leer en algún medio “progre” sus declaraciones de guerra al ámbito televisivo, medio que evaden a la hora de expresar sus muchas o escasas reflexiones sobre un tema determinado por considerar que “la caja boba” no es el espacio apropiado para la divulgación de temas profundos. Este tipo de “boludo intelectual” jamás entenderá que una sola emisión de cualquier programa con buen rating, sea visto o “leído” por más gente que la que conforma el universo de lectores de Gabriel García Marquez o el club de fans de Harry Potter.
Primera conclusión: ni el cargo, ni la profesión, ni el lugar, ni la escala de posiciones exhimen a un argentino de la boludez. Recorrido este tramo del árido capítulo de “La lucha contra el boludo”, resulta ahora imprescindible analizar la boludez según el género.
En este sentido justo es reconocer que hay más “boludos hombres” que “boludas mujeres”. Ofendidos ante esta realidad incontrastable, algunos argumentarán que la causa de la menor incidencia de la boludez en las mujeres obedece a que éstas son poseedoras de un 20% más de capacidad cognitiva cerebral, explicación científicamente impecable, aunque falsa.
¿Cuál es el secreto entonces?
La verdadera causa es que la mina es menos boluda porque, como se sabe sospechada de una cercanía al error por su aparente “fragilidad de género”, posee un sistema de alerta temprana que la previene naturalmente de caer en la trampa de la boludez. Es decir que, sabiéndose acechada por una violenta brigada de hombres dispuestos a acusarla de boluda, extrema las medidas para evitar el error.
A esta explicación cultural o culturosa es necesario agregarle que, por obvias razones anatómicas y sin importar el tamaño de los testículos en cuestión, la boludez propiamente dicha es y será innegable patrimonio masculino.
- 23 de enero, 2009
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