Uruguay: ¿Dónde está el piloto?
El País, Montevideo
Las relaciones con la Argentina están signadas por la intensidad de los afectos. La historia y la geografía han ido y van de la mano en forma permanente, por lo que nadie duda que el Uruguay necesita profesionalidad, seriedad y apoyo institucional y político en la conducción de su política exterior.
Sin embargo, la realidad muestra todo lo contrario ya que su ejecución parece canalizarse a través de una desdibujada diplomacia presidencial.
Esta situación es preocupante, porque aunque el Presidente se enoje, y acuse a la oposición de anteponer al interés nacional una intención "mezquina y coyuntural", no puede ignorar que la población, en general, tiene una pobre opinión sobre la calidad de su conducción.
Pero la dualidad que el Poder Ejecutivo muestra en todas las expresiones de su Política Exterior no se debe exclusivamente a la improvisación, sino que tiene un alto componente intencional; y eso se debe a que el Poder Ejecutivo quiere contemplar dos posiciones antagónicas en este terreno: por un lado, los que privilegian la geografía y los aspectos comerciales, y por otro, los que pretenden impregnar de ideología el relacionamiento externo del país.
Es así que un día se muestra cierta distancia de Venezuela y al otro día el Presidente se viste con una chaqueta militar en una visita oficial; que en otra instancia, se reclama un diálogo permanente con la Argentina para solucionar los múltiples problemas y, por otro lado, se aconseja a los empresarios mirar hacia el Brasil, como el único país que nos puede conducir en "su estribo" por un mejor camino. Los ejemplos sobran, ya que también en el ámbito de la política exterior el Presidente ejercita su conocida actitud resumida en el "como te digo una cosa te digo la otra".
En este contexto, resulta claro que el doble discurso ha transformado al país en una marioneta manejada por falsas promesas en ocasionales reuniones a nivel presidencial que no han ofrecido al país la mínima seguridad jurídica respecto del cumplimiento de las obligaciones que los otros Estados asumen.
Como respuesta a nuestra preocupación, y ya diría angustia, el Presidente nos pide silencio y más respeto hacia el gobierno, mientras que disimula los dichos de la primera dama y senadora que desconoce la Constitución en una desopilante aspiración a que un porcentaje importante de las Fuerzas Armadas se identifiquen ideológicamente con el gobierno de la misma forma que Chávez y Fidel Castro lo han impuesto en sus países.
La verdad es que esta situación es de no creer, y menos aún el espíritu rezongón que anima al Presidente, como si sus antecedentes fueran la mejor garantía de certeza en la conducción de la política exterior. Poco falta para que cuando se insista en el reclamo al gobierno de reconocer algún día su equivocación al apoyar al terrorismo vasco dentro y fuera del país, se nos diga que la oposición intenta "pudrir la atmósfera".
Nuestra obligación es plantear nuestra opinión con firmeza y responsabilidad, sobre todo en el área de la política exterior, donde por primera vez desde que se recuperó la democracia, no ha existido el menor esfuerzo en compartir criterios para definir la inserción externa del país.
Los problemas que el Uruguay está viviendo se manejan con una gran dosis de ingenuidad y amateurismo, sin descartar una hueca dialéctica presidencial que busca responsabilizar a la oposición de fragilizar los intereses del país; sobre todo, cuando el Presidente distrae la atención de la opinión pública en forma permanente, a través de un léxico a veces difícilmente entendible, que en nada contribuye a lograr los entendimientos necesarios.
Los uruguayos no queremos vivir peleando y confrontando con nuestros vecinos, pero tampoco ser obligados a interpretar periódicamente las elaboradas contradicciones que el Poder Ejecutivo expone en su política exterior. Ni la oposición, y menos aún el Partido Nacional, son los causantes de la ineficiencia del gobierno, ni de la falta de firmeza en exigir el cumplimiento de los Tratados y de los Acuerdos con la Argentina, el Brasil y lo que queda del Mercosur.
El Poder Ejecutivo es el único y principal responsable; porque hasta ahora ni el más avezado en estos temas puede identificar dónde está la conducción y cómo se lleva adelante a nivel institucional. Lo que realmente se percibe es que la estrategia del país no se construye en forma colectiva.
El gobierno ha perdido su plan de vuelo; y como en la conocida película todos nos preguntamos: "Y dónde está el piloto?".
- 23 de enero, 2009
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