El ciclo del mundo y Argentina
La crisis financiera internacional no ha dejado de ocupar el centro de la escena económica mundial, desde que estalló en 2008. Por un lado, los excesos de deuda privada de los estadounidenses y, en parte, de su gobierno para intentar compensar, con gasto público, la retracción de gasto privado, provocado por la caída del valor de las viviendas y el aumento del desempleo, deben ser digeridos y reducidos en términos de sus activos y su PBI, y eso lleva tiempo, mientras cuesta recuperar actividad y empleo.
Del otro lado del Atlántico, los excesos de endeudamiento público y, en parte, privado, que terminaron deteriorando la solvencia de su sistema financiero, en especial en la Europa mediterránea favorecida, en su momento, por el reemplazo de sus monedas de baja calidad y sus pésimos entornos institucionales en materia financiera, por el euro y el Banco Central Europeo, respectivamente, y la baja productividad de dichas economías respecto de Alemania, también tienen que ser digeridos y solucionados. Por ahora, sin consenso respecto de la dosis adecuada de política fiscal, monetaria, y de reforma estructural que se necesita.
En consecuencia, los bancos centrales del mundo desarrollado han generado, como diría mi amiga Dilma, un “tsunami monetario” que se tradujo, básicamente, en una pérdida de valor del dólar, y en una liquidez global exuberante medida en dólares. Esta liquidez, a la vez, provoca fuertes ciclos en el movimiento de capitales y en los precios de las commodities (denominados en dólares).
Cuando la sensación es que “hay solución y no habrá fin del mundo”, los capitales escapan de los muy bajos rendimientos y se mueven hacia activos de mayor riesgo, y hacia países emergentes que, al devaluarse el dólar y subir el precio de lo que venden, son (¿somos?) más ricos en dólares. Cuando esos bancos centrales, por alguna razón, dan señales de cierta prudencia en el manejo de su emisión, o hay sensación de que “la solución está lejos y los mayas tenían razón”, se da el movimiento opuesto, el dólar se fortalece, el precio de las commodities, en general, modera su alza, o incluso baja, los capitales vuelven a refugio seguro, los activos de riesgo pierden valor.
De estos “ciclos” hemos tenido varios en los últimos años.
Frente a esto, los emergentes “serios” han intentado, de diversas formas, suavizar los efectos de estos barquinazos de diferente manera. Fondos anticíclicos, control al ingreso de capitales, flotación cambiaria (apreciando en los períodos de bonanza de precios de sus exportaciones y devaluando cuando los precios se moderan o caen las cantidades exportadas); uso de derivados financieros para “cerrar precio” en los momentos de precio alto, etcétera.
Esto les ha significado un menor crecimiento promedio y un equilibrio razonable entre consumo, inversión, rentabilidad empresarial y participación de los asalariados, a partir del empleo, y del sector público en la economía. Con ciertos excesos, hay que reconocerlo, en los períodos electorales y con costos importantes para sus sectores no productores de commodities (industria local), dado que los efectos de la devaluación del dólar (la inflación en dólares) no son fáciles de contrarrestar.
La política económica argentina, en cambio, ha preferido mantener artificialmente los ciclos de bonanza, exacerbando el consumo, con una fuerte suba del salario real, el empleo, en especial en el sector público, y subsidios varios, todo financiado con un incremento de la presión tributaria, con una reducción de la rentabilidad empresarial (se la llevan con pala, pero la pala es cada vez más chica) y con emisión monetaria y el uso de stocks acumulados, tanto de infraestructura como de dólares en el BCRA o provenientes de expropiaciones varias.
Obviamente, si este esquema fuera sostenible, el resto de la región nos hubiera imitado sin dudar. Lo cierto es que este crecimiento constante del consumo financiado de esta manera resulta insostenible sin recurrir cada vez más a la emisión, al control de cambios, a las arbitrariedades y a presiones tributarias impagables.
Por eso la economía se está desacelerando, sin prisa pero sin pausa. Por eso los capitales huyeron, en lugar de venir. Por eso el poder de compra salarial empieza a “volver” de esos valores artificiales. Y por eso el resto del mundo, en lugar de imitarnos, prefiere no seguir el consejo de Krugman (apuesto a que no tiene ningún activo en pesos), y nos usa como mal ejemplo.
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