Cuba y sus abismos
En diciembre del 2010, el presidente Raúl Castro alertaba alarmado que, de no llevarse a cabo los recortes anunciados, la “revolución” se hundiría en el abismo. Más tarde tuvo que suspender algunas de las medidas programadas y otras, aplazarlas, al percatarse de que, de realizarse en la forma drástica y acelerada como estaban previstos –entre otros el despido de más de medio millón de empleados del Estado–, la consecuencia sería más bien precipitar el colapso económico y poner al país al borde de la explosión social. No exageraba, porque en realidad, a la crisis permanente y sistémica se sumaba la crisis mundial y los desastres naturales del 2008.
Sólo con la crisis estructural permanente de medio siglo el país se había acercado peligrosamente en más de una ocasión a la total desestabilización, y el remedio había sido siempre el mismo: la válvula de escape de los éxodos masivos. Los ciclos duraban catorce o quince años: De Camarioca (1965) al Mariel (1980), y del Mariel a Guantánamo (1994), éxodos precedidos por algún hecho social explosivo, como la crisis de la Embajada del Perú en 1980, o el llamado Maleconazo, en 1994. Catorce o quince años después el ciclo terminaba en el 2008 o el 2009, años en que se produce la sucesión raulista.
¿Por qué esta sucesión cíclica de la crisis? Una centralización de tantos medios de producción tiene como consecuencia que ese Estado se vea obligado a crear un inmenso ejército de funcionarios sobre los cuales no podrá ejercer un control efectivo, por lo que conforman una inmensa burocracia con un poder desproporcionado. Unas riquezas que pertenecen a todos, no es propiedad de nadie, por lo que la burocracia ejerce su explotación como si fueran suyas mientras la derrochan como si fueran ajenas y esa contradicción entre propiedad estatal y apropiación privada genera natural e inevitablemente la corrupción como un fenómeno consustancial del sistema. La corrupción engendra crisis y la crisis, más corrupción. Ese mal, pese a las purgas gubernamentales, lejos de menguar, se acrecienta, hasta el punto de que hoy se ha multiplicado en gran escala y es ya imposible de atajar, lo cual significa que el modelo cubano se halla completamente agotado y de continuar puede desembocar en un gran desastre.
Al final del último de esos ciclos, es cuando se producen, por una parte, los desafíos sin precedentes de la disidencia –marchas de las Damas de Blanco, huelgas de hambres en las prisiones hasta las últimas consecuencias, y manifestaciones públicas antigubernamentales–, y por otra los reclamos también sin precedentes de la izquierda contestataria con diferentes grupos, socialistas participativos y libertarios que las autoridades se ven obligadas a tolerar aunque los excluye de los medios oficiales.
Las circunstancias internacionales no permitían un nuevo éxodo masivo, por lo que sólo quedaba crear expectativas de cambio, celebrar un congreso del partido gobernante aplazado varias veces, conceder cierto espacio de libre expresión dentro de los marcos institucionales, eliminar prohibiciones como compras de casas y autos y la tenencia de celulares, y permitir el desenvolvimiento controlado de la microempresa; pero al mismo tiempo contrarrestar con mano dura los retos de una disidencia que si treinta años atrás sólo contaba con dos docenas de personas –una docena en la cárcel y otra en las calles–, ahora podían contarse por decenas de miles. Sólo en el pasado mes de marzo se produjeron mil cien arrestos de disidentes, número que rompió todos los récords anteriores. Las concesiones a la población representan cierto alivio pero son como aspirinas para un cáncer terminal. Por este camino se desemboca en una gran tragedia social sin precedentes: violencia generalizada incontrolable, éxodo superior a los anteriores y posible intervención militar norteamericana.
Pero las cosas pueden resultar aún peores. La decisión gubernamental de conceder autonomía a las empresas estatales sin escuchar los reclamos de la izquierda contestataria de conceder antes a los trabajadores el control directo de las empresas, significa más poder para una burocracia suficientemente corrompida como para no vacilar en negociar con los carteles de la droga que buscan una vía segura y directa hacia el mercado norteamericano.
“Cuando México esté terminando de expulsar el problema del crimen organizado, Cuba se estará preparando para recibirlo”, expresa en su estudio sobre el narcotráfico el ex comandante guerrillero salvadoreño, Joaquín Villalobos. El escenario sería guerras entre carteles, matanzas masivas y asesinatos de periodistas y activistas.
Todas las fuerzas realmente democráticas de la disidencia, izquierda contestataria y diáspora, deberán unirse en una causa común: presionar un cambio pacífico que evite al país hundirse en uno de estos abismos.
- 23 de julio, 2015
- 4 de febrero, 2025
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