Los candidatos presidenciales de México nos deben una explicación
Reflexionando sobre su gestión como primer ministro y reformador en la etapa post soviética de Rusia, Victor Chermomyrdin hizo una afirmación lapidaria que es tan aplicable a México como lo fue a su país: “queríamos lo mejor pero resultó como siempre”. Muchas de las reformas que se han emprendido en México en los últimos 30 años anunciaban lo mejor pero acabaron como siempre: insuficientes, limitadas y muchas veces sesgadas hacia intereses particulares, igual burocráticos o políticos que privados. Ahora que estamos en temporada electoral, escucharemos muchas propuestas de cambio y reforma. Como ciudadanos, la pregunta obligada es cuál de los candidatos de verdad podría llevar a un cambio para bien.
El tema medular: México está atorado por muchas razones, incluyendo el pesimismo que todo lo paraliza, pero no tengo duda que la principal limitación tiene que ver con las amarras que impiden que innumerables oportunidades de desarrollo se materialicen. Algunas de éstas tienen que ver con la estructura fiscal del gobierno, otras con el aislamiento en que vive una parte importante del sector industrial del que depende una abrumadora parte del empleo. El país requiere una visión transformadora que permita que toda la población se asuma como parte de un gran proceso de cambio y del cual emerjan reformas específicas que, gracias a un liderazgo efectivo, permitan que éste se materialice.
Las contiendas son oportunidades únicas para que los candidatos expliquen su propuesta de gobierno y convenzan al electorado: por qué merecen el favor de los votantes. Una manera de evaluar sus propuestas es revisar la integridad de las mismas. Otra consistiría observar lo que hicieron como funcionarios en sus actividades previas. También sería relevante analizar la dinámica que caracteriza a sus partidos y en qué medida ésta constituye un factor facilitador o limitante.
Las campañas son un ejercicio de mercadotecnia: promueven su “producto” en la forma de propuestas para lograr los objetivos que plantean. Como votantes, nuestra responsabilidad es la de evaluar la racionalidad y viabilidad de lo que nos ofrecen. Al igual que los llamados productos “milagro” que se anuncian por televisión en las noches, los candidatos inevitable, pero lógicamente, proponen soluciones que parecen perfectas. La pregunta es si son viables.
Observando el panorama, los objetivos generales que proponen los candidatos no son muy distintos entre sí: proponen una sociedad desarrollada y una transformación generalizada. Me pregunto por qué habríamos de creerles. El candidato del PRI implícitamente argumenta que “ellos si saben cómo lograrlo”: sin embargo, 70 años de gobierno prueban que no lo pudieron hacer. La candidata del PAN presenta un conjunto de propuestas que chocan con la experiencia de los últimos doce años. El candidato del PRD promete recrear la visión del desarrollo de los 70, época en la que hubo unos cuantos años de elevadas tasas de crecimiento, pero seguidas de años (décadas) de depresión.
Los candidatos del PRI y del PAN plantean la necesidad de llevar a cabo una serie de reformas. Ambos suscriben ideas como la de convertir al sector petrolero en una palanca de desarrollo y transformar al mercado interno. Aunque hay muchas diferencias que reflejan visiones contrastantes sobre la relación gobierno-sociedad, se trata de planteamientos que, en lo inmediato, no son radicalmente distintos. Donde hay una diferencia perceptible es en la forma en que proponen lograrlo: el candidato del PRI propone la constitución de un gobierno “eficaz”, capaz de lograr lo que los últimos tres gobiernos no pudieron. Por su parte, la candidata del PAN propone un “gobierno de coalición” como medio para sumar a las distintas fuerzas e intereses políticos en un gabinete. El candidato del PRD ha sido más circunspecto respecto a cómo lo haría, presumiblemente confiando en la fuerza de su personalidad como motor.
Ninguno ha explicado cómo es que su propuesta tiene sentido dada la historia que los precede. La propuesta de Peña Nieto me recuerda mucho al sexenio de Carlos Salinas, periodo durante el cual el país observó una gran transformación en la naturaleza del gobierno. Por primera vez en décadas tuvimos a un gobierno que entendía al mundo como era, que la economía ya no se podía administrar como si el país fuera una miscelánea al servicio de la burocracia y se proponía elevar la tasa de crecimiento por medio de la inversión privada. Algo así es lo que hizo el hoy candidato como gobernador. Sin embargo, visto en retrospectiva, lo que hizo Salinas, pero sobre todo lo que no hizo, fue revelador de las limitaciones de un gobierno priista: saturado de intereses sindicales, grupales y políticos, el PRI no puede reformar lo que hoy está atorado en lugares clave como Pemex, CFE, la SEP, la relación del gobierno federal con los estados, el poder judicial y otros sectores y actividades cruciales para el desarrollo. El gobierno de Salinas revolucionó parte de la economía del sector privado pero no transformó a la economía en general ni la estructura política o gubernamental en buena medida porque estaba estructuralmente impedido de hacerlo. La pregunta es si esa saturación de intereses comprometidos con el statu quo ha cambiado porque, de no ser así, las reformas que propone su candidato serían imposibles.
La propuesta de Josefina Vázquez Mota es quizá más ambiciosa que la de Peña Nieto pero enfrenta una situación similar: luego de doce años de gobiernos incompetentes de su partido, ¿cómo es que su propuesta tendría mejor posibilidad de lograr los objetivos que se propone? Los gobiernos panistas no consumaron un cambio de régimen ni construyeron una estructura política y de gobierno distinta. Sin duda, hay algunos avances por demás meritorios producto de estos años como es la transparencia y el acceso a la información, pero el cambio prometido nunca se dio.
El caso de López Obrador es un tanto distinto porque no propone reformas de manera expresa sino la recreación de un esquema de rectoría gubernamental que implicaría una modificación medular de la relación gobierno-economía y una inevitable confrontación con el esquema industrial construido en torno al TLC. Su reto será explicar cómo, haciendo lo mismo, podríamos esperar algo distinto.
Los candidatos nos deben a los ciudadanos una explicación de por qué ellos tienen la llave de la solución para los problemas del país en este momento y que es diferente a lo que sus predecesores hicieron y lograron. No es que el pasado determine el presente o el futuro, pero en ausencia de otras mojoneras, ésta es una por demás relevante.
Luis Rubio es Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México.
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