El Salvador: El peligro del desaliento
La vida institucional del país se está desmoronando en tantas dimensiones simultáneamente y con una rapidez tal que es muy fácil caer en el desánimo. El proceso ha sido progresivo e invasivo, como una enfermedad maligna. Primero se perdieron muchos logros que El Salvador había obtenido en el pasado a costa de duros esfuerzos, como por ejemplo, el conseguir que la deuda de El Salvador estuviera calificada entre las tres mejores de Latino América o el haber pasado casi dos décadas sin tener que pedir auxilio al Fondo Monetario Internacional, para mantener la liquidez del Gobierno o el haber tenido, con EDUCO, un programa educacional cuya filosofía ahora está siendo copiada en el mundo desarrollado, o el haber tenido la economía más libre de América Latina y haber estado entre los países con mayor competitividad en la región, o el tener la mejor infraestructura de Centro América.
Estos logros se han perdido en un momento, sin ningún dolor por los que eran responsables de mantenerlos. Al perderlos, el Gobierno aún ha negado que fueran logros de ningún tipo y ha afirmado que la disminuida condición de ahora es mejor que la de antes.
Estos eran logros importantes, claves para formar una plataforma para el desarrollo del país. Eran las nacientes alas para poder despegar, que poco a poco han ido desintegrándose. Pero el daño no se ha detenido allí. El fuselaje, el lugar que contiene la vida misma del país, los fundamentos de su institucionalidad, se ha ido corroyendo también. Aun cuando hay ciertas partes de la estructura institucional del país que se han salvado de esta desintegración, esto se ha logrado sólo a costa de un gran desgaste y de abandonar a la decadencia ciertos temas importantes para poder concentrarse en defender los más cruciales para la vida democrática.
Hemos tenido la suerte de tener una Sala de lo Constitucional valiente y preclara, que ha defendido nuestros derechos con racionalidad y dignidad. Pero ahora, el FMLN está dispuesto a destruirla como un obstáculo en su ambición de poder total, y ha reclutado, como siempre, el apoyo de sus partidos satélites, muy en contra de lo que quiere la ciudadanía.
Todo esto está generando un círculo vicioso. La decadencia generalizada produce un profundo desánimo en la población que, a su vez, permite que los que están destruyendo la institucionalidad lo sigan haciendo, con lo cual se produce aún más desánimo, esa actitud negativa que presupone no sólo que las cosas han estado mal en El Salvador por toda su historia sino que estarán así por siempre, de tal manera que es inútil tratar de evitar la destrucción que está teniendo lugar frente a nuestros propios ojos.
Nada alegra más a los que abusan del poder que percibir estas opiniones en la población, porque ellas justifican como normales sus peores actuaciones, y porque el desánimo erosiona cualquier voluntad de luchar por mejorar al país. Como reflejo de esta actitud, la población se vuelve pusilánime, negativa, y aguanta el peso cada vez mayor que le imponen las clases políticas, sin poder siquiera reafirmar su voluntad de libertad y progreso.
La verdad es que podemos salir de este hoyo aparentemente sin fondo en el que nos están enterrando el Gobierno, el FMLN y sus partidos satélites. Ya hemos salido de problemas iguales o peores, y no hay razón alguna para que no podamos salir ahora. En realidad, uno de los aspectos más tristes de la tragedia que estamos viviendo es que la situación del país podría mejorarse sustancialmente con políticas sencillas que eliminen los desincentivos a la inversión, y reemplacen el enorme desperdicio actual con un control racional de los gastos. Para poder resolverlos, lo primero que tenemos que hacer es rechazar esta filosofía derrotista y negativa, y decidir que vamos a volver a poner al país en el rumbo del desarrollo.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 28 de marzo, 2016
- 29 de mayo, 2015
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