Ecuador: ‘Libertarse de los libertadores’
¿Habrá otro país en el mundo que añore los tiempos en que no era soberano? En los últimos siglos, las naciones, pueblos o regiones con la suficiente identidad han optado por la independencia y no he sabido de alguno que extrañe la unidad a la que perteneció. Ahí están todos los países que formaron parte de la Unión Soviética, reconstruir ese imperio es solo un desvarío de algunos ultranacionalistas rusos. Si en Alemania o Austria alguien habla del Anschluss, o sea la unificación de los pueblos de lengua alemana, enseguida es mirado como nacionalsocialista o algo peor. Qué decir de las naciones a las que en guerras macabras se intentó mantener dentro de la unidad yugoeslava. Y jamás, jamás he oído a un panameño decir que quiere volver a pertenecer a Colombia.
En cambio, los ecuatorianos añoramos la Gran Colombia como un sueño perdido, como una oportunidad que se desperdició, como una gran idea del Divino Libertador que unos generales ambiciosos echaron a perder. Claro que es una añoranza pasiva, para cuya realización no hacemos ningún esfuerzo. La proclamación de la república es una fecha vergonzosa, si pudiésemos la borraríamos de la historia, junto con Juan José Flores, la bestia negra. Me pregunto: ¿qué habría ocurrido si hubiésemos seguido siendo el “Departamento del Sur”, la parte más pequeña y pobre de un gran conglomerado? Sin duda, en Bogotá se habrían contado chistes de ecuatorianos, como hoy lo hacen de pastusos. Seríamos la postergada cola del león. Fue un gran paso la separación. Se suele contrastar el fracaso de la unidad hispanoamericana con la gran unidad lusoparlante de Brasil… Bueno, es un país más grande, pero no más adelantado que sus vecinos. Ya hemos visto cómo en casi todos los indicadores de calidad de vida los países más pequeños son los ganadores.
Si el Gran Mariscal de Ayacucho hubiese sido nuestro primer presidente, como quieren paradójicamente los más llorones evocadores del sueño grancolombiano, su memoria ya no sería la del “Abel americano”, sino una más oscura, pues habría salido del poder expulsado por una revolución como la marcista, cuyo propósito principal fue acabar con el poder de un grupo de militares extranjeros con la consigna de “libertarse de los libertadores”. Por eso no propongo que se celebre el 13 de mayo, pero sí el 6 de marzo, que debería ser fiesta patria. Estas reflexiones me asaltaron este 24 de mayo, con el runrún de la discusión sobre el nombre del aeropuerto de Quito. Guayaquil con justo orgullo llamó a su terminal aérea José Joaquín de Olmedo y Maruri. Cuenca denomina bien al suyo con el nombre de su ilustre hijo, el mariscal Lamar. En la capital todo apunta a que, tras una penosa exhibición de ignorancia general sobre quién fue nuestro mártir Carlos Montúfar, reincidamos en poner el nombre de un espadón venezolano al edificio que es la cara internacional de la urbe. No, no terminamos de libertarnos de los libertadores.
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