Los que se quedan atrás
El disidente chino Chen Guangchen ya está a salvo en Estados Unidos de la persecución del gobierno de su país. La suya ha sido una odisea digna de una película, por lo que tiene de dramático el acoso a un activista invidente que durante años padeció vejaciones, golpes y arresto domiciliario.
Pero no sólo sufrió Guangchen. Su mujer y sus dos hijos, que lo han acompañado en el destierro, también fueron prisioneros en la celda en que se convirtió su modesto hogar en un pueblo de la provincia de Shandong. Ahora los cuatro dan sus primeros pasos en Nueva York, la capital de la libertad y la tolerancia, donde el opositor podrá realizar su sueño de estudiar Derecho en New York University.
Podríamos deducir, pues, que la accidentada historia de Chen Guangchen ha concluido con un feliz The End. Sin embargo, nada más lejos de la verdad, porque atrás han quedado atrapados los disidentes que le ayudaron a burlar el cerco y asilarse en la embajada de Estados Unidos en Beijing. Atrás han quedado, también, sus familiares, que viven sitiados y no les dejan salir del pueblo.
Guangchen está libre, pero su hermano, Chen Guangfu, ha denunciado que su hijo permanece desaparecido desde que se enfrentó a la policía política cuando irrumpieron en su hogar tras la espectacular huida de su tío. Desde entonces la familia busca desesperadamente al muchacho, del que no han vuelto a tener noticias y temen por su integridad física, sobre todo en un momento en el que las autoridades chinas se sienten humilladas por el órdago con que los sorprendió Guangchen al llevar a buen fin su Gran Escapada.
Es evidente que, a pesar de la operación de marketing de un régimen que al menos en apariencia abraza las fórmulas capitalistas, China es una cárcel para quienes aspiran al cambio y a expresarse libremente. Los turistas de todo el mundo viajan en hordas al país asiático en busca de artículos falsificados, incursiones a buenos restaurantes, visitas a la Gran Muralla o excusiones a la Ciudad Prohibida. Sin embargo, detrás de los rascacielos de Shangai y Beijing a duras penas se oculta la podredumbre de un sistema despiadado que pisotea los derechos humanos.
Cuando viajamos a países como China, que consiguen ponerle un poco de colorete a la máscara de su inmundicia, a muchos se les escapa la terrible realidad de su súper poblado presidio político donde, como ahora se ha sabido acerca de los presos en Cuba y el escándalo de Ikea, seguramente son la mano de obra esclavizada detrás de los souvenirs que nos llevamos a casa como recuerdo de un lindo viaje. El Made in China es un reclamo manchado de infinidad de crímenes innombrables.
Desde su llegada a Estados Unidos Guangchen ha guardado suma discreción a la hora de hacer declaraciones porque, y así lo ha dejado saber, teme por la suerte de sus seres queridos. Eso es lo triste y espantoso de estas tiranías. El que logra escapar de ellas continúa siendo rehén de sus chantajes y amenazas. A Chen Guangchen le quitan el sueño los que se quedaron atrás. Hay pesadillas de las uno nunca escapa.
© Firmas Press
- 23 de julio, 2015
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- 29 de febrero, 2016
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