Chávez o el candidato menguante
Hubo escépticos que lo dudaron hasta el final. Sin embargo, a pesar de los rumores, Hugo Chávez ya se ha inscrito como candidato presidencial ante el Consejo Nacional Electoral de Venezuela, con vistas a medirse en las urnas el próximo 7 de octubre con su rival, Henrique Capriles Radonski.
Bien, la precampaña ha comenzado y está visto que el líder bolivariano impondrá una nueva estrategia, que consiste en estar prácticamente ausente de los mítines mientras el candidato opositor viaja por todo el país en busca de un voto mayoritario que, según las encuestas, no acaba de captar.
Sin duda, este tercer intento de Chávez por perpetuarse en el Palacio de Miraflores constituirá uno de los experimentos electorales más estrafalarios que se haya visto en Latinoamérica. El gobernante aspira a la presidencia aunque sufre un cáncer que, de acuerdo a lo último que ha dado a conocer el famoso periodista estadounidense Dan Rather, ha hecho metástasis en el bajo vientre y podrían quedarle unos meses de vida. No obstante, y a pesar de las idas y venidas a Cuba para someterse a sesiones de quimioterapia, la maquinaria chavista lanza su producto con fecha de caducidad porque, paradójicamente, es su única baza para ganar los comicios en octubre.
Los hombres fuertes que rodean a Chávez saben que ninguno de ellos, ni el Vicepresidente Elías Jaua ni el Presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, pueden vencer en las urnas. Por eso están resignados a lanzar al mandatario enfermo como su poster boy, a sabiendas de que corren el riesgo de que esté postrado en el lecho de muerte en vísperas de las elecciones. O, en el peor de los casos, que ya no se encuentre entre los vivos cuando llegue octubre.
El chavismo juega al filo del precipicio pero no puede hacer otra cosa porque el electorado –básicamente el numeroso voto joven y de las clases más pobres– está dispuesto a hipotecar su futuro con Chávez, pero no así con cualquier otro candidato del partido oficial. Por ese motivo han de contentarse con un fantasma que, desde su regreso a Venezuela a principios de mayo tras su última convalecencia en La Habana, no aparece en las plazas, sino que su voz se escucha por megafonía o se limita a lanzar proclamas desde la ubicuidad de Twitter.
Hay que reconocer que Chávez y su entorno se esfuerzan cada día por encubrir de la mejor manera posible que ya no cuentan con la omnipresencia de un personaje que estaba acostumbrado a interminables arengas y constantes apariciones en la televisión estatal. La única salida (que lamentablemente conecta con el imaginario popular) es la de recurrir a eslóganes que santifican a un caudillo que está más muerto que vivo. Su propio vicepresidente, que está haciendo los bolos por él, proclama ante la multitud que no es indispensable su presencia porque “Él está entre nosotros”. O sea, Chávez ya ha sido elevado a la categoría de Dios. Aunque nadie lo ve, está en todas partes.
En una suerte de regresión al pensamiento mágico de la tribu, los venezolanos parecen dispuestos a depositar su destino en manos de un hombre cuya vida mengua aceleradamente. Podría ser el primer caso de un político que gobierna desde el más allá.
© Firmas Press
- 23 de julio, 2015
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