Panamá: Veinticinco años no son nada
La Prensa Panamá
El 9 de junio se cumplieron 25 años de la fundación de la Cruzada Civilista Nacional, el gran movimiento ciudadano para el rescate de la democracia que actualmente tenemos. La Cruzada, ante la venalidad y la cobardía de la clase política en 1987, puso la cara y la calle para enfrentar la dictadura militar. Una dictadura que subió en 1968 y se entronizó por el fracaso de la clase política en sostener y profundizar un modelo democrático.
Ahora, 25 años después, advertimos que la democracia panameña está infectada de toda clase de corrupción y desmanes que nos alejan de los ideales civilistas de democracia, justicia y libertad. El sujeto central de la corrupción y el desgreño institucional es la clase política. ¿Será, entonces, que debemos los ciudadanos volver al rescate de la democracia?
Ricardo Martinelli no es un engendro de generación espontánea. Nuestro presidente es el último modelo, la versión 5.0 de la clase política criolla, corregida y aumentada. Mucho de lo que Martinelli hace y deshace no lo inventó él. La persecución tributaria de rivales se practica, al menos, desde el gobierno de Mireya Moscoso, la extorsión legislativa por la vía de las partidas circuitales es tan vieja como los circuitos, la corrupción legislativa se gana las palmas con el Cemis de Martín Torrijos, la interferencia política en la Corte la estrena Pérez Balladares, así como las adjudicaciones directas y la persecución al diario La Prensa la estrena el gobierno de Endara desde la posición del premier. ¿O no?
Nada de esto justifica a Martinelli. Más bien lo explica. Ricardito explota con más sagacidad, más rudeza y menos vergüenza todas las distorsiones del sistema “democrático” que las cuatro presidencias anteriores fueron acumulando, encima de las muchas fallas que dejó la dictadura y no se han corregido. Alguien recuerda cuantas veces todos nuestros presidentes prometieron derogar las “leyes mordaza” contra los medios? ¿Nos percatamos los ciudadanos de que con cada cambio de gobierno nos viene una reforma tributaria con muchas promesas de austeridad que jamás se cumplen y que siempre pagamos más para financiar una burocracia, creciente, frondosa, pedigüeña, politizada y depredadora de la riqueza nacional? ¿O es que acaso la clase política que con tanto esfuerzo llevamos al poder, pos Noriega, ha hecho algo serio y consistente para darle al panameño siquiera una educación y una salud decente?
A la democracia panameña no la asalta ni la abusa un individuo y su banda de turno (que parece ser siempre la misma); la abusa y la asalta un sistema; un oligopolio partidista, organizado para impedir nuevos competidores y protegido por una guardia pretoriana de magistrados y diputados que legislan para protegerse y lucrar mutuamente. El que crea que el problema desaparece en el año 2014, que espere sentado. Más bien, Martinelli el presidente constructor, ha ensanchado a cuatro vías el surco de la corrupción y el abuso y, honestamente, no veo a ningún aspirante político con algún chance de cambiar nada. ¿Cuántos políticos hablan de retomar la separación de poderes? ¿De adecentar las partidas circuitales? ¿De darle autonomía presupuestaria a los poderes del Estado? ¿O emprender una verdadera reforma de la justicia? Todos hablan y se quejan del estilo del Presidente, ¿pero de hablar claramente de resolver las cosas? No lo harán.
La Cruzada Civilista nace espontáneamente, encendida por las descaradas declaraciones del coronel Roberto Díaz Herrera. Pero la convicción de enfrentar a la dictadura ya se venía gestando entre los civilistas, por la creciente pérdida de las garantías personales, el deterioro institucional y, sobre todo, ante el deplorable espectáculo que, con rarísimas excepciones, daba la clase política tradicional; una parte muerta de miedo, otra entregada al régimen y otra, racionalizando las actuaciones del Gobierno con excusas de prosperidad económica, paz y seguridad; ¡igualito que ahora!
Recientemente, muchos civilistas hemos sido abordados por políticos para acompañarlos a crear, al menos, un grupo común de oposición. Pero, cuando fieles a nuestro instinto, pedimos que la agenda debe empezar por las reformas esenciales y urgentes al sistema democrático y de justicia… fin de la conversación. Nuestra clase política, probablemente, confía que dentro del juego democrático a las fuerzas civiles no les quede más que acatar las reglas. Pero si la ciudadanía no ataja a los políticos y se pasa justificando todo con la bonanza económica, vendrán las versiones 6.0, 7.0 y así, hasta que aparezca un alucinado, que por matar las pulgas envenene al perro.
¿Será que regresamos al mismo punto de hace 25 años? ¿Será que no basta con presionar o persuadir a la clase política? Tendremos los ciudadanos que hacernos sentir de otra manera o, quizá, deben los antiguos civilistas y los ciudadanos que aspiran un país mejor militar en la política. Mi entrañable amigo Aurelio Barría ha dejado entrever que podría dar ese salto. Ni la calle ni los empujones ni los insultos y ni siquiera las detenciones son extrañas.
¡Y si la cosa va por ahí, allí estaremos!
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