La ambición pone freno a la ambición
El Imparcial, Madrd
Ha sido frecuente en estas columnas la referencia a la división de poderes entendida como una forma equilibrada de reparto del poder que, cuando menos desde Montesquieu, es vista como remedio a la propensión que han tenido siempre los poderosos a abusar de sus atribuciones. Se sabe que fue su residencia en Inglaterra lo que llevó a Montesquieu a descubrir que, a falta de móviles más altos, la libertad podía originarse en una disposición institucional adecuada. Asimismo, es conocida la influencia que el citado autor ejerció sobre los convencionales de Filadelfia, en 1787, a hora de organizar la unión federal.
Esta influencia resulta ostensible, por ejemplo, en los escritos de James Madison quien se explayó sobre la cuestión de la separación de poderes en varios artículos de los Federalist Papers, fundamentalmente del 47 al 51. En este último, sin embargo, Madison corrige levemente una fórmula de Montesquieu imprimiéndole, si cabe decirlo así, un carácter más “humano”. El francés había dicho: “Para que no se pueda abusar del poder es preciso que, por la disposición de las cosas, el poder frene al poder.” Madison, por su parte, centrará menos su atención en el alcance de las funciones de cada departamento de gobierno (ejecutivo, legislativo y judicial) que en la ocasión que cada uno ofrece para canalizar las ambiciones humanas o, más precisamente, el afán de poder. Leámoslo: “Pero la gran seguridad contra una gradual concentración de los diversos poderes en un mismo departamento consiste en dotar a los que administran cada departamento de los medios constitucionales y los móviles personales necesarios para resistir las invasiones de los otros. Las medidas de defensa, en este caso como en todos, deben ser proporcionadas al riesgo que se corre con el ataque. La ambición debe ponerse en juego para contrarrestar a la ambición. El interés humano debe entrelazarse con los derechos constitucionales del puesto.”
Cuando se advierte cómo en algunos países sus gobiernos se desentienden abiertamente del principio de la división de poderes, resulta útil remitirse a esta reflexión de Madison relativa a la ambición y la necesidad de encauzarla. Y me pregunto si una de las causas del ejercicio autocrático de la autoridad por parte de la rama ejecutiva que se ha vuelto cotidiano en estos países (la Argentina es uno de ellos), no residirá precisamente en la falta de verdadera ambición en las otras ramas. ¿Hay legisladores realmente ambiciosos de poder? ¿Hay una oposición movida por el mismo interés? ¿Hay jueces que se afanen en hacer valer su independencia? Francamente lo dudo. De lo contrario, cuesta entender que se consienta tanta arbitrariedad y que no se impongan los límites que la propia Constitución prevé.
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