Argentina y el impuesto a las ganancias: es la historia de las rebeliones fiscales
El lío en el que está metido en el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner con el tema del Impuesto a las Ganancias es casi de manual de Historia. ¿Quién no conoce la historia del Motín del Té que tuvo lugar en Boston en 1773, cuando los colonos tiraron todo un cargamento de té al mar por el nuevo impuesto que había establecido Inglaterra, dando lugar a la guerra de la independencia americana? En rigor este impuesto tiene el antecedente de la Stamp Act (1765) y las Townshend Acts (1767) que imponía nuevos impuestos a los colonos sin consultarlos.
La Revolución Francesa tuvo, entre otros motivos, la aplicación de altos impuestos que no alcanzaba a ciertos sectores de la nobleza, del clero y otros sectores. La causa de esta presión tributaria tenía que ver con los gastos bélicos que tuvo Francia al apoyar a los colonos americanos en su lucha por la independencia. Es más, cuando se produjo la revolución, varios edificios del ente recaudador fueron incendiados por los revolucionarios franceses.
La Carta Magna que los barones le impusieron al rey Juan Sin Tierra también incluye límites a la aplicación de impuestos, además de justicia en el tratamiento que el rey le daba a sus súbditos.
Charles Adams publicó un interesante libro sobre la historia de las rebeliones fiscales titulado For Good and Evil, The Impact of Taxes on the course of civilization (Madison Books). En ese libro, Adams analiza la historia de las rebeliones fiscales desde el antiguo Egipto, pasando por la Edad Media, Rusia, Suiza, España, Alemania y, obviamente, Inglaterra y EE.UU. Cualquiera que lea ese texto puede advertir cómo los pueblos se rebelan cuando son expoliados impositivamente.
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Esta introducción tiene que ver con lo que estamos viviendo hoy en Argentina, siendo Hugo Moyano el que, curiosamente, se levanta contra el Gobierno por la presión impositiva del impuesto a las ganancias. ¿Por qué curiosamente? Porque Moyano fue aliado de este gobierno, al igual que muchos otros personajes que fueron quedando en el camino, y de ser aliados pasaron a ser acérrimos enemigos para el Gobierno.
Lo cierto es que, en su voracidad fiscal, el Gobierno viene liquidando a la gente con el impuesto a las ganancias, tanto a la gente que trabaja en relación de dependencia como a las empresas y a los independientes.
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¿Qué mecanismos usa el Gobierno para aumentar el impuesto a las ganancias? El sistema es complejo, pero voy a tratar de simplificarlo.
Supongamos que, de acuerdo a este impuesto, un trabajador en relación de dependencia, casado y con hijos, no pagaba ganancias si ganaba $ 3.000 mensuales. Como la inflación llevó al ajuste de salarios, que por cierto, vinieron subiendo por arriba del 30% anual en estos últimos años, ese trabajador que ganaba $ 3000 pasó a ganar, digamos, $ 6000. El impuesto a las ganancias determina que hasta cierto monto no se paga impuesto y a partir de ese monto comienza a pagarse a una tasa progresiva. Supongamos que el mínimo no imponible era de 4500 pesos para ese trabajador casado y con hijos. Como el Estado prácticamente no ha modificado el mínimo no imponible (los $ 4.500), ese trabajador empezó a pagar ganancias cuando, por los aumentos de salarios, superó esa el mínimo no imponible. Así, cuanto más gana, más impuestos paga.
Decía antes que la tasa del impuesto es progresiva, esto quiere decir que si alguien gana un 10% más puede pagar, por ejemplo, un 15% más de impuesto a las ganancias. Es decir, no es que si gana un 10% paga un 10% más de impuesto, sino que puede pagar el 15%. Por eso es progresivo el impuesto.
Como los aumentos de salarios estuvieron superando ampliamente la inflación real y el mínimo imponible casi no se ajustó, muchas personas en relación de dependencia empezaron a pagar cada vez más impuesto a las ganancias, con lo cual el aumento de salarios conseguido se licúa en parte con el pago de este impuesto.
Pero ojo que no solo los que trabajan en relación de dependencia tienen este problema. Las empresas y los trabajadores independientes también sufren la mayor carga impositiva del impuesto a las ganancias.
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Con los profesionales independientes pasa lo mismo. Lo que pueden deducir del Impuesto a las Ganancias es nada. Es más, y esto supera al problema actual, un profesional que dedica horas de trabajo a estudiar para luego entregar su trabajo no puede deducir esas horas de trabajo del impuesto a las ganancias. Para el Estado el trabajo intelectual no es un costo y, por lo tanto, el impuesto a las ganancias se transforma casi en un impuesto a los ingresos brutos.
Doy mi caso de economista independiente. Para escribir un informe o dar una conferencia tengo que buscar datos, elaborarlos, analizarlos, leer libros y diarios, etc. Ese trabajo, para la AFIP, no es un costo. Lo único que considera como costo es el precio del libro o del diario, pero no el trabajo de estudiar y elaborar. Es como si un economista se sentara a escribir un informe y todo el tiempo que estuvo buscando datos, armando series estadísticas y analizándolas no fuera un costo de producción. Los economistas solo nos sentamos y escribimos lo primero que se nos pasa por la cabeza, y por lo tanto lo que cobramos por nuestro servicio es pura ganancia sin costo de producción.
Para quienes redactaron la ley del Impuesto a las Ganancias y para la AFIP que es quien la reglamenta, el trabajo intelectual no es un costo. Si alguien fabrica chorizos, la AFIP considera como costos de producción la carne, la tripa y el hilo, costos que se deducen del precio para determinar la ganancia que obtiene el fabricante de chorizos. No ocurre lo mismo con los profesionales. El buscar datos, elaborarlos y analizarlos —que serían el equivalente a la carne, la tripa y el hilo del chorizo— no es un costo de producción. Un disparate conceptual.
De todo lo anterior se desprende que no son solamente los empleados en relación de dependencia quienes sufren con el Impuesto a las Ganancias, sino que también las empresas y los profesionales independientes lo padecen, y yo diría que hasta con mayor intensidad.
Para ir terminado con el tema de los empleados en relación de dependencia, los independientes y las empresas, hago un solo comentario más. ¿Por qué todos los legisladores de la oposición y el periodismo sostienen que están de acuerdo con que se suba el mínimo no imponible de Ganancias para los empleados en relación de dependencia pero no dicen nada de los independientes y las empresas? ¿Acaso somos ciudadanos de segunda los independientes y las empresas al momento de pagar el impuesto a las ganancias o la posición de los políticos opositores y periodistas es pura demagogia?
Muchos de mis colegas economistas dicen que el problema del Impuesto a las Ganancias está en la inflación. Sin duda que la inflación es un problema, pero si se indexara el mínimo no imponible por la inflación verdadera y se permitiera indexar los balances y se corrigiera la ley para el caso de los profesionales independientes, el problema se atenuaría bastante. El punto es que el Gobierno sabe que está aplicando el impuesto a las ganancias sobre utilidades que no existen y sobre la indexación de los salarios. Tanto lo sabe que lo hace deliberadamente para recaudar más y así financiar su política populista. Por eso el problema no es solo la inflación en esto del impuesto a las ganancias, sino un nivel de gasto público que hoy solo es financiable expoliando a la gente. En consecuencia va a ser difícil que el Gobierno ceda fácilmente en esto de elevar el mínimo no imponible. Porque necesita desesperadamente caja. Si cede, no solo pierde políticamente, sino que pierde parte de la caja que necesita para su populismo.
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Así como siglos atrás los reyes enfrentaban rebeliones fiscales por la alta carga impositiva que tenían que aplicarle a los súbditos para financiar sus guerras de conquistas y vidas opulentas, hoy sucede lo mismo. La diferencia es que en vez de financiar guerras de conquistas, hoy hay que financiar un gasto público aplastante fruto del populismo imperante. Pero el dato común es que estamos asistiendo a una rebelión fiscal. Ya pasó en el 2008 y ahora de nuevo.
Si en el Gobierno leyeran la historia de las rebeliones fiscales, empezarían a poner las barbas en remojo porque llega un punto en el que la gente se harta de trabajar para el Estado y, encima, no recibir nada a cambio por los impuestos que paga.
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