¿Se apoderará nuevamente el PRI de México?
The Wall Street Journal Americas
A juzgar por las campañas presidenciales modernas en México, la que está actualmente en curso ha sido relativamente calmada. No se han registrado grandes eventos desestabilizadores como asesinatos políticos y el levantamiento marxista de 1994, o la interferencia del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en 2006. Hay que agradecer también la independencia del banco central, que ha provisto una mano estable en el timón monetario, a pesar de algunas presiones inflacionarias leves.
De todas formas, la reconfiguración de México hacia una república económicamente libre sigue siendo un trabajo en progreso. Esto significa que cada seis años, cuando la Presidencia cambia de manos, aparecen tanto riesgos como oportunidades. El próximo domingo, primero de julio, cuando los mexicanos acudan a las urnas, no será diferente.
Es muy improbable que la modernización gradual de México se descarrile, independientemente de quien gane. La economía es muy abierta y eso, más que cualquier otra cosa, está guiando la reforma.
Pero también es cierto que la capacidad de elección de los consumidores a través de la competencia, derechos de propiedad garantizados (especialmente en regiones rurales) y la descentralización del poder siguen siendo sueños sin concretar para los mexicanos, y esta realidad está frenando el desarrollo. Los resultados de las elecciones tendrán un efecto significativo sobre el ritmo al que se den estos cambios importantes.
La mayoría de las encuestas proyectan una victoria del candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto. Esto es desconcertante para algunos mexicanos debido al dominio del poder durante 71 años por parte del PRI, el cual sólo llegó a su fin en 2000, su oscuro pasado autoritario y su afición por el estatismo. Otros argumentan que únicamente el PRI, con los lazos que tiene con los trabajadores y las empresas, puede lograr que se hagan las cosas, y que la profundidad de las reformas estructurales (por ejemplo, una mayor competencia en el sector energético) necesaria para modernizar el país depende de dicho margen de "gobernabilidad".
La enorme brecha ente estas dos escuelas de pensamiento es explicada mejor por el mismo candidato, quien, después de meses de campaña, sigue siendo una incógnita. Los críticos dicen que es superficial (sin peso intelectual y con falta de visión), mientras que sus seguidores señalan sus éxitos administrativos como gobernador del Estado de México y el hecho de que su asesor de mayor confianza es un economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts que favorece la apertura del mercado. Una semana antes de las elecciones, nadie parece estar seguro si gobernará como un "dinosaurio" del PRI o un reformador.
Me voy a aventurar y decir que se comportará como un político: el sendero que siga dependerá mucho de quién quede en segundo lugar y de qué pase en las elecciones del Senado, especialmente en la Cámara de Diputados, ese mismo día.
En las elecciones del domingo participan tres candidatos de los principales partidos. Además de Peña Nieto, aspiran a la Presidencia Josefina Vásquez Mota, del Partido de Acción Nacional (PAN), y el populista de izquierda
Andrés Manuel López Obrador, del Partido Revolucionario Democrático (PRD).
No se espera que ninguno de los tres alcance la mayoría. Ya que el sistema electoral de México no contempla una segunda vuelta, quien obtenga el mayor número de votos será el ganador. Debido a que Peña Nieto goza de 40% de intención de voto en las encuestas y disfruta de una ventaja de casi 10 puntos porcentuales sobre sus dos competidores, sería desconcertante si no gana. De todas formas, para proyectar lo que su victoria significaría para México, sería necesario concentrarse en la magnitud de su triunfo y el orden en que queden los otros dos candidatos.
López Obrador (mejor conocido como AMLO) ya predice que si no gana, será por un fraude. Si logra obtener un segundo lugar cercano, se espera que convoque a sus seguidores a las calles. Eso fue lo que hizo en 2006 cuando perdió por una nariz frente a Felipe Calderón, del PAN. Aunque encuestas subsecuentes mostraron que en una hipotética segunda vuelta Calderón igual habría ganado holgadamente, la estrechez de su victoria le negó cualquier mandato a gobernar. Si AMLO logra repetir el teatro político, perjudicaría al nuevo presidente.
Un segundo lugar para la amiga de las fuerzas del mercado Vásquez Mota sería más prometedor. Su campaña ha tenido problemas, tal vez en parte porque el popular presidente Calderón no respaldó su candidatura. Pero la aspirante a habitar Los Pinos ha estado subiendo en las encuestas y si supera a AMLO confirmará la teoría de que la creciente clase media de México está cada vez menos convencida de que vale la pena seguir el estilo populista de López Obrador. Si al PAN le va bien en las elecciones legislativas, favorecerá la reforma en el nuevo gobierno. A su vez, con una mayoría sólida del PRI en la Cámara de Diputados, el nuevo presidente puede verse inclinado a defender los restos del "corporativismo" del partido que se convierten en obstáculo para el progreso. Una baja asistencia de los ciudadanos a las urnas impulsará las probabilidades de un resultado de este corte.
Peña Nieto aspira a la presidencia, así que es un disparate esperar que ahuyente los intereses especiales. Pero en su cuidadosa campaña (recientemente prometió que las reformas laborales no afectarían los privilegios de los sindicatos) ha creado una imagen de un político oportuno, no el reformador audaz que México necesita. Si así es como realmente es, mucho dependerá de un buen resultado del PAN el domingo.
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