Argentina: Van por la reforma constitucional
En medio de infructuosas búsquedas de dólares, de alucinados planes de viviendas, y mientras se van disipando los efectos de la amistosa diatriba de Moyano en Plaza de Mayo, no parece el tiempo de pensar en próximas contiendas electorales. Después de todo, esas elecciones serán legislativas, las típicas de "mitad de mandato", y probablemente tengan lugar en octubre (si es que no son adelantadas) de 2013.
Sin embargo, su importancia será muy grande. El Gobierno, y el núcleo duro del oficialismo, tienen ya un objetivo central de campaña, que irán exponiendo más o menos insidiosamente durante lo que queda de este año, y que proclamarán con mayor claridad y énfasis a partir del año próximo. ¿Es ventajoso o no para la oposición que tenga desde ahora plena conciencia de la pretensión oficialista, incluso anticipándose a ella? Ya sabemos que no hay una oposición, sino varias, entre ellas las que se insinúan dentro de la propia coalición gobernante. ¿Habrá alguna idea, alguna definición, en la que puedan confluir todos? ¿Es bueno tener un único "eje" propio de campaña, o derrotar, si cabe, al eje del adversario?
La experiencia y la teoría nos indican, para empezar, que un solo objetivo, si su relato es creíble, si se inscribe en la realidad social y los deseos de los votantes, será siempre más eficaz que muchos objetivos a la vez. Mi testimonio personal puede ejemplificarlo. En las décadas de 1980 y 1990, tuve el dudoso privilegio de compartir comités de campaña, de coordinar plataformas culturales, de escribir solicitadas y discursos (para otros), de inventar eslóganes y supervisar debates, todo dentro del marco de una militancia partidaria que ya no practico.
En junio de 1992, hace 20 años, fui jefe de campaña de Fernando de la Rúa, en la disputa por una banca porteña que había quedado vacante en el Senado de la Nación. Por supuesto, se plantearon todos los temas importantes de la ciudad. Pero lo que pesó más fue el atropello (de cualquier modo, legal) cometido contra De la Rúa en 1989, cuando, a pesar de haber obtenido la mayoría de votos populares, perdió la banca a manos del justicialista Eduardo Vaca, gracias al apoyo de la ucedeísta María Julia Alsogaray en el Colegio Electoral. El grave episodio había quedado impreso en la memoria de la gente. Propuse, en consecuencia, que usáramos un afiche con sólo la foto del candidato (De la Rúa era conocido por todos) y las palabras "Nuestro senador", sin ningún otro texto o símbolo partidario. Por propios méritos, y por el sentimiento de la gente, De la Rúa ganó las elecciones por más del 50% de los votos, venciendo a rivales tan calificados como Avelino Porto y Fernando "Pino" Solanas. La idea de la reparación había triunfado sobre las demás.
El gobierno actual no necesita elegir un solo eje como estandarte de campaña, porque, como pasa con todos los gobiernos, y mucho más con los que tienen disponibilidad de caja (incluidos los zarpazos a la Anses), puede pasárselas inaugurando obras que no se terminarán nunca, otorgando planes asistenciales y dando créditos hipotecarios a baja tasa de interés. Sin embargo, ese objetivo central existe, no será derogado, y se irá desplegando cada vez menos silenciosamente: es la reforma constitucional, que permita la reelección indefinida de la actual presidenta, por más que momentáneamente caiga en las encuestas y le cueste disciplinar a los camioneros. En realidad, la oposición de Moyano, aunque perturbadora, mejora la imagen de la Presidenta. Vendrán sesudos análisis, reclamos cada vez más apasionados. Grupos de apoyo, escondiendo el verdadero objetivo. Entrevistas con Ernesto Laclau. Finalmente, Operativos Clamor ocupando la calle. Y la inexorable necesidad de una buena elección legislativa, favorecida por el hecho de que el Gobierno defenderá sólo las bancas producto de la derrota electoral de 2009. Y si se acerca a los dos tercios indispensables para la reforma, ya se sabe la capacidad de compra y recompra de que goza.
La reforma constitucional para permitir la re-reelección es aberrante y convierte al país, por muchos motivos, en una republiqueta. Nos reduce a territorio imprevisible y arbitrario, pendiente de caprichos personales. Por eso resulta autodestructivo e ingenuo el coqueteo de dirigentes opositores que se muestran dispuestos a conversar sobre reformas "negociables". No hay ninguna. Ni siquiera hemos sido capaces de poner en plena vigencia la Constitución actual.
El Gobierno está en condiciones, aun con una caja más escuálida, de superar los conflictos que hoy nos agitan y nos nublan la vista. La amenaza más inquietante, por ahora, es la eventual confluencia de Moyano y Scioli, pero, ¿en qué podría consistir? En la alianza -se dice- de un político débil y un sindicalista impopular.
Cuando las aguas se aquieten, el "criskirchnerismo" volverá por la presa más codiciada. Entonces, el objetivo central de la campaña opositora no podrá ser más que el rechazo terminante y definitivo de la reforma. No significa esto eludir una alternativa programática, ni desertar del debate sobre la economía cortoplacista o sobre las rupturas del federalismo o sobre la escasez republicana. Significará, apenas, que se ha iniciado un camino de unidad, gracias a un asunto que obliga a desprenderse de las apretadas camisetas partidarias.
Y si la oposición no es capaz de reunirse en torno a una mesa para rechazar de plano -y todos juntos- la reforma constitucional, y en cambio, se dedica a frívolas disquisiciones sobre la gestualidad y el absolutismo de la Presidenta, ¿qué podemos esperar de la oposición?
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- 23 de enero, 2009
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