Assange y Correa o la extraña pareja
Desde su santuario ecuatoriano, Assange ha asegurado que quiere continuar con su misión “de libertad y de expresión sin límites y revelar la verdad en un territorio de paz”. No tiene por qué sorprender este canto a la Primera Enmienda, viniendo de un hombre que ha sacado a la luz cientos de miles de documentos confidenciales que han puesto en evidencia a los servicios de inteligencia de las grandes potencias.
Pero lo verdaderamente sorprendente es que el padre de los Wikileaks haya buscado como aliado de la libertad de expresión nada menos que a Rafael Correa. El récord del presidente de Ecuador en lo relativo a la censura y persecución a los medios desafectos es ya materia de estudio en las facultades de periodismo, con el caso del juicio y la multa millonaria al diario El Universo como ejemplo flagrante de ley mordaza. Con semejantes antecedentes, la alianza entre el enfant terrible Assange y el autoritario Correa ilustra el dicho de strange bedfellows. O sea, la extraña pareja que acaba por compartir cama.
A Emilio Palacio, ex jefe de Opinión de El Universo que, como ahora sucede con Assange, pidió asilo en Estados Unidos para huir de las represalias de las autoridades ecuatorianas, ha dicho que no le extraña este singular matrimonio de conveniencia. Desde que Assange comenzó a publicar papeles clasificados que afectaban a la diplomacia estadounidense, Correa, en su afán por apoyar todo lo que pueda dañar la imagen del “imperio”, se erigió como defensor de este australiano anti establishment que parece un hacker escapado de la trilogía de Stieg Larsson. O sea, un personaje fugado de su autor.
En cuanto a Assange, que es un maestro del auto-marketing y cuenta con una estela de groupies que lo aclaman como un mártir de la era digital allá donde va, parece no darle importancia al hecho de que es muy difícil informar y opinar libremente en Ecuador. Lo que le interesa es agitar su caso, a pesar de que su reputación como periodista, por no hablar de las causas que tiene pendiente en Suecia por presunta violación, está en entredicho.
Al hilo de la tesis que plantea el escritor Mario Vargas Llosa en su más reciente libro, La cultura del espectáculo, el hacker y el gobernante ecuatoriano comparten un sexto sentido a la hora de montar performances mediáticos. Esos quince minutos de fama que tan bien supo explotar Warhol, incluso si la fama es mala. La cuestión es mantener vivo el revuelo.
Es muy improbable que Assange lleve a buen fin esta Gran Escapada con visos de cul-de-sac. Lo que sí ha conseguido, con el apoyo de personajes como Noam Chomsky, Oliver Stone o Michael Moore, es travestir a Correa en un defensor de la libertad de expresión. La vida te da sorpresas.
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