Peligrosos fanatismos en Latinoamérica
El Heraldo, Tegucigalpa
Suena divertido escuchar fanáticos de un artista, un equipo de fútbol o hasta de una comida; sin embargo, el fanatismo, por lo general, es perjudicial para la salud mental y un riesgo para la sociedad. Es la pasión exacerbada e irracional hacia algo, sin tolerar oposición.
Los ejemplos de este padecimiento humano se ven a diario en el campo religioso, político o deportivo. Casi siempre traen altercados, conflictos y generan polarización entre la gente.
Hay responsabilidad social básica cuando se aspira a un puesto de poder o se ejerce un cargo público. El deber de todo dirigente, de los pastores de las iglesias o de los padres en los hogares, es ser consecuentes con la disciplina que imparten, el respeto a los demás y al bien común y no generar inquinas que pudieran provocar reacciones extremas.
En conclusión, un político debe construir armonía y concordia, pero, en Latinoamérica, hay personajes que alimentan su ego induciendo fanatismo entre sus seguidores, solo para sacar ventaja personal.
Es el caso del candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, que ha generado un ambiente de incertidumbre y desconfianza en México en las últimas semanas.
AMLO, como se le conoce, es un ejemplo de un manipulador de masas para obtener respaldo a sus planes o a sus reclamos. Al ver que las encuestas no lo favorecían diseminó la duda de que se maquinaba un fraude electoral. Después de las elecciones pidió un recuento de votos que tampoco lo benefició.
En los comicios de 2006, AMLO convocó a protestas e invitó a la resistencia popular, acusando que le habían robado las elecciones. Al parecer se volvió experto en incitar luchas de clases y revivir odios ancestrales que pudieran causar enfados peligrosos en este tiempo difícil en México.
Resistencia también era el plan ideado por Manuel Zelaya, un líder de Honduras que llevaba a su país hacia la izquierda, aliándose con Hugo Chávez, para instaurar el socialismo del siglo 21, pero, ciertos sectores políticos, presagiando la llegada del comunismo, resolvieron deponerlo de la presidencia.
Entonces, Zelaya creó grupos clandestinos y ahora opera políticamente bajo la sombra para retomar el poder trabajando concienzudamente y en continua nutrición del fanatismo de sus partidarios.
Por su parte, en Venezuela, Chávez ha fragmentado el país con un discurso populista que pudiera llevarlo a una guerra civil, el día en que gane otro candidato o cuando grupos sombríos, que desean el poder, resuelvan arrebatárselo. El caso de Chávez es el extremo del uso de las masas fanáticas dispuestas a morir por su jefe.
La ultraderecha no se queda atrás. En Colombia, el expresidente Álvaro Uribe es artífice de una cruzada retorcida para mostrarle al mundo que él derrotó a las FARC y que el presidente actual, Juan Manuel Santos, las revivió.
A los fanáticos de Uribe se les llama “furibistas” y hacen honor a su nombre cuando lo defienden como incultos salvajes, insultando y en ciertos casos amenazando con perversidad.
Por lo visto, la ambición está por encima de las consecuencias. Oí decir que el fanatismo es el deporte de la ignorancia y el caos es su principal elemento.
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