Subsidios en El Salvador: Desde la justa eficacia hasta el injusto privilegio
Un subsidio es una contribución financiera efectuada por un organismo estatal, con el objeto de conferirle un beneficio a quien lo recibe. Punto.
La definición, realmente simple, es utilizada por la Organización Mundial del Comercio (WTO), para regular la utilización de subsidios que afectan al comercio. Se refiere a los "business subsidies", o subsidios a ciertas empresas.
Sin embargo, la escueta pero descriptiva definición del WTO, aplica también a cualquier otro subsidio. En El Salvador, por ejemplo, surgen inexorablemente los nombres de cuatro servicios: energía eléctrica, gas licuado, agua potable, y transporte de pasajeros.
Y surgen con razón: el 40% de la población con mayores posibilidades económicas recibe el 45% del monto del subsidio a la energía eléctrica (FUSADES, Informe de Coyuntura 1/2012, página 30). Subsidio regresivo.
Estas cosas no son nuevas: los gobiernos anteriores nunca modificaron el subsidio al gas licuado. Su regresividad persiste: la actual racionalización sigue careciendo de focalización.
Pero no todo termina con esos cuatro subsidios. Hay también varios "business subsidies", socialmente muy costosos. Aunque jugosos para sus privilegiados beneficiarios.
Entre ellos están los precios sostén (precios mínimos de venta garantizados) para determinados productos agrícolas, asegurados por cuotas de importación y/o por altos aranceles. El costo podrá no ser fiscal, porque al sobreprecio no lo paga el Estado. Pero es social, porque lo pagan los consumidores. Es tan nocivo como todos.
Asimismo, hay quienes últimamente están muy activos con apariciones mediáticas presionando para que el Estado (es decir, los contribuyentes) les financie una enorme obra de infraestructura. Que es imprescindible. Pero que debe estar al servicio de toda la sociedad. No de una empresa aérea.
Es que tal como dice Ronald Steenblik, reconocido estudioso del tema, "en la vaporosa jungla que define los límites entre la industria privada y el gobierno, el camuflaje y el parasitismo son las habituales respuestas a la competencia".
Pero por otro lado El Salvador carece de subsidios que sí debieran existir: para que los niños de familias pobres tengan acceso a salud y educación. Acceso en serio.
Los dogmas suelen nublar la razón. En verdad, fueron inventados para eso. Para boicotear el pensamiento. Del resto se encarga la pereza mental del hombre que "renuncia a pensar", como decía José Ingenieros, autor de una ya centenaria joya literaria titulada "El hombre mediocre".
Se equivocan quienes, creyendo que al Estado no le corresponde ninguna acción subsidiaria, argumentan que el mercado lo resolverá todo. Falaz dogma de algunos que dicen ser de derecha. Que flaco favor le hacen al (verdadero) mercado. Y a la libertad.
Algo análogo ocurre en el otro extremo. En el de quienes recitan que hay que indignarse con el capitalismo (paradójicamente, lo hacen vía Twitter…). Falaz dogma de algunos que dicen ser de izquierda. Que flaco favor le hacen al (verdadero) progresismo. Y a la justicia.
Ciertas experiencias internacionales son ilustrativas. Mucho antes de la lamentable decadencia populista, que persiste en la actualidad, la Argentina tuvo una ley de educación pública, laica, gratuita, y obligatoria. Corría el año 1884.
Fue el factor clave para que en pocas décadas (las últimas del Siglo XIX y las primeras del Siglo XX) una pampa salvaje se transformase en uno de los primeros diez países del mundo en PIB/cápita.
Domingo F. Sarmiento, presidente argentino (1868-1874), maestro e inspirador de la educación pública, tenía una obsesión: "hay que educar al soberano". Se refería al pueblo. "Padre del aula/ Sarmiento inmortal" dice el himno que en su honor cantábamos en la escuela.
De esa excelente educación pública surgieron los únicos tres premios Nobel que América Latina tiene en ciencias: Bernardo Houssay (Medicina, 1947), Luis F. Leloir (Química, 1970), y César Milstein (Medicina, 1984).
¿Quién dijo que actualmente, con los enormes avances tecnológicos que nos proporcionó el capitalismo, El Salvador no podría repetir esa historia? Seguramente lo dijo algún dogma falaz.
El Salvador necesita un Sarmiento. Mientras tanto, es vital no renunciar a pensar.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
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- 8 de junio, 2012
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