La virtud ciudadana
El imparcial, Madrid
Quiero comenzar esta nota citando un célebre párrafo de Montesquieu relativo a la “virtud” como principio o resorte que mantiene en pie a un régimen democrático y que el autor, en su reconstrucción del mundo clásico, asimila al amor a la república y las leyes. Es decir, una virtud no referida al orden privado pero que es igualmente virtud moral en tanto se orienta a un bien que, en este caso, es el bien general.
Dice así: “Cuando la virtud deja de existir, la ambición entra en los corazones capaces de recibirla y la codicia se apodera de todos los demás. Los deseos cambian de objeto: lo que antes se amaba, ya no se ama; si se era libre con las leyes, ahora se quiere ser libre contra ellas; cada ciudadano es como un esclavo escapado de la casa de su amo; se llama rigor a lo que era máxima; se llama estorbo a lo que era regla; se llama temor a lo que era atención. Se llama avaricia a la frugalidad y no al deseo de poseer. Antes, los bienes de los particulares constituían el tesoro público, pero en cuanto la virtud se pierde, el tesoro público se convierte en patrimonio de los particulares. La república es un despojo y su fuerza ya no es más que el poder de algunos ciudadanos y la licencia de todos.”
La actualidad de este párrafo me mueve a reflexionar en torno a la importancia de la buena ciudadanía en tiempos en que la defensa de los valores republicanos, que urge sin duda rescatar, suele hacerse con los ojos puestos solamente en el plano institucional. Ciertamente, no es un plano menor y aun se diría que es el principal: los buenos arreglos institucionales, la responsabilidad de los funcionarios, el equilibrio de los poderes, el control de constitucionalidad… He ahí, entre otras, las “precauciones auxiliares” que, parafraseando a James Madison, completan la legitimidad democrática y garantizan la vigencia de nuestros derechos.
Sin embargo, miradas las cosas ya no desde las instituciones y su buen funcionamiento sino desde la vida ciudadana, me parece igualmente necesario, a efectos de fortalecer la República, insistir en la importancia de la virtud (en la acepción antedicha) cuya recuperación no parece que vaya a llegar necesariamente de la mano del voluntariado o desde las organizaciones de la sociedad civil. A ese fin, y a falta de canales participativos que sirven de algún modo de espacio de aprendizaje, creo que la educación tiene mucho que aportar en tanto contemple entre sus fines específicos la posibilidad de trasmitir el valor del compromiso público y del respeto a la ley entre los alumnos. En países que más y más parecen vivir al margen de ambas aspiraciones, que estas se “filtren”, por así decirlo, en las actuales ofertas de nivel inicial o superior me parece imperativo.
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