Estados Unidos: Cuando ‘minoría’ es un truco de definición
Cuando la Oficina del Censo difundió este mes una circular de prensa titulada "Mayoría de menores de un año procede de minorías", los medios se lanzaron en picado. Medios convencionales de todo el país cubrieron el anuncio, tachándolo de "hito demográfico histórico" (CNN), "Principio de una era en la que los blancos dejan de ser mayoría" (Washington Post), o "Importante punto de inflexión para el país" (McClatchy) que "altera… de forma notable el rostro de las próximas generaciones de América" (Time).
Nada de esto es cierto.
Nada de esto es nuevo, tampoco. El Censo sigue jugando con datos demográficos corrientes como si fueran dramáticas revelaciones raciales, y la prensa sigue mordiendo el cebo. La noticia este mes de que los nacimientos en el seno de minorías se están convirtiendo en la mayoría de los nacimientos se podría haber reciclado hace un año, cuando se informó de lo mismo — y con el mismo aire de crónica. "Por primera vez", anunciaba un contenido de AP en junio de 2011, "las minorías representan la mayoría de los bebés nacidos en Estados Unidos, parte de un cambio racial arrollador… que podría alterar las políticas gubernamentales". Tres meses antes, The New York Times había contado a los lectores que los bebés de minorías estaban "a punto" de convertirse en la mayoría de los nacimientos estadounidenses.
Los estadounidenses llevan años escuchando hablar de la inminente mayoría no blanca. Con cada serie del Censo, la cuestión se plantea de nuevo. "Las minorías, que representan más o menos la tercera parte de la población estadounidense, se convertirán en mayoría en el año 2042", pronosticaba el Censo en el año 2008, "proyectándose un 54 por ciento nacional de minorías en el año 2050". Observe lo ridículo de la fórmula "54 por ciento de minorías". No es lo único de esta cuestión que es irracional.
Para empezar, todo el revuelo en torno a la inminente metamorfosis de América de blanco a no blanco sólo tiene sentido si los hispanos dejan de ser lo que dicen ser. Las directrices del Censo especifican que "Los hispanos pueden pertenecer a cualquier raza" y que "el gobierno federal considera al origen y la raza hispanas conceptos diferentes e independientes". En el Censo del año 2010, 50,5 millones de estadounidenses se identificaban como hispanos; de ellos, más de la mitad — 26,7 millones — eran blancos. La única forma de conjurar una inminente mayoría no blanca es eliminar de forma arbitraria a los blancos de origen hispano de entre la población blanca general.
El "arrollador cambio racial", en otras palabras, es un truco de definición. A lo mejor le deja indiferente la perspectiva de que los blancos sean minoría entre la población estadounidense o a lo mejor lo lamenta — o a lo mejor, en una era en la que son más corrientes que nunca los matrimonios interraciales, es de los que se pregunta por la razón de que haya quien esté todavía obsesionado con razas y colores.
Pero con independencia de su postura, no hay razón para esperar El Final de la América Blanca. No va a pasar. Examine detenidamente la serie más reciente del Censo, por ejemplo, y resulta que de los 3.996.537 bebés menores de un año, prácticamente el 72 por ciento son blancos. La única forma de contraer esa mayoría clara hasta menos de la mitad es excluir a casi 900.000 bebés blancos cuya ascendencia étnica es hispana.
Lo mismo pasa con "la minoría del 54 por ciento" de llegada programada en el año 2050. Lo que la serie del Censo calcula realmente es que los estadounidenses blancos, que representan hoy casi el 80 por ciento de la población, representarán el 74 por ciento a mediados de siglo. Solamente si decenas de millones de hispanos blancos no se cuentan como blancos, América deja de ser un país de mayoría blanca en el año 2050.
Habrá quien simplemente se niegue a calificar de blancos a los hispanos, a lo mejor a causa de prejuicios o de ignorancia, o porque nunca se fijaron en Rita Hayworth, Martin Sheen, Raquel Welch, o Andy Garcia. Pero es que siempre habrá estadounidenses con ideas curiosas acerca de quién puede ser o no "blanco". Benjamin Franklin estaba seguro de que los inmigrantes alemanes no solamente no eran blancos, sino imposibles de asimilar; Henry Cabot Lodge decía lo mismo de los rusos, los polacos y los griegos. Hubo un tiempo en el que la política de inmigración estadounidense clasificó como no blancos a italianos, irlandeses y judíos, y en el que las leyes estatales obligaban a cualquier residente "con una gota de sangre negra" a ser registrado como negro.
Para nosotros, en perspectiva, todas esas diferencias hoy parecen ridículas. Transcurridas un par de generaciones, serán calificadas exactamente igual de ridículas por cualquiera que haya pensado en los hispanos alguna vez como otra cosa que parte del espectro "blanco" estadounidense. A lo mejor por entonces la idea misma de la raza — blancos, negros, lo que sea — habrá sido descartada por fin, y los chavales se maravillarán ante la idea de que el color de la piel o de los ojos haya tenido tanta importancia alguna vez.
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